31 de diciembre de 2013

Bien

Me acuerdo que iba a hablar de las cosas que decidí olvidar,
...
pero que me vaya quedando sin ideas antes de empezar
debe significar que voy bien.

28 de diciembre de 2013

A pie de página

Este soy yo, cerrando los canales, secando los pasos por donde no hace mucho corrían ríos de historia, verdad y perdón. Esa eres tú, preguntando con falso entusiasmo las mismas preguntas a fin de hallar en mí la misma reacción, de nunca dejarte sin respuestas.

15 de diciembre de 2013

Aprendizaje

Llevaba un rato sola en la fila cuando llegó su papá a vigilarla. Dónde está mi mamá, le preguntó, Anda buscando la leche en el pasillo de allá, allá donde empieza la fila, le respondió a la niña. Ella, como si no se le hubiese dicho nada nuevo, miró para ambos extremos de la fila. Dónde parte la fila? Qué pregunta es esa? Allá parte la fila.

Yo, al menos, niña, te doy el beneficio de la duda.

26 de noviembre de 2013

Sobre los ojos

Te hablo con las pestañas, cuando me entra algo al ojo. Invento palabras para que las busques en el diccionario, y veas que no están, maldito mentiroso, me hiciste buscar, y nos reímos con las margaritas que no tenemos, en las mejillas que no besamos. Claramente hay palabras que no existen, e hice una pausa dramática que resultó serlo sin quererlo, y tú hiciste un viaje, y yo hice otro a otra parte, a mí me pareció que ya no buscabas nada dentro de mi ojo porque buscabas algo dentro de mis ojos, ese peligroso instante donde se pone en duda todo lo que parece cierto. Se improvisa un puente, y se ata un nudo que no parece soltarse ni cortarse. Y todo lo que está de ese lado se pasa para acá. Y lo de acá es también de ese lado. Así, y en silencio, se comparten los juguetes que teníamos cuando niños. Te muestro los árboles a los que me podía subir, y tú a mí el origen de tu no superada aracnofobia. Y yo a ti mi esfuerzo por no matar a ningún bicho porque no tienen la culpa de ser el bicho que tú odias. Proezas de la infancia, y proezas de la memoria; todos milagros de esa mente tuya. Boquiabierto soportando tu examen, escuchaba tus órdenes, ya enderézate. Ten más cuidado, ah, si no duele tanto, abre el ojo, por la cresta, y nos decimos estas cosas, cuando evitamos decirnos las otras cosas, porque en un momento acordamos que no hablar de nada nos venía mejor que hablar de todo. Y desde entonces he aprendido a hablarte con las pestañas, el lóbulo de la oreja izquierda, y la oscilación de la punta del lápiz que hace al escribir, y con esto pongo a prueba todos estos códigos tan llenos de nada para que algún día te parezcan tan llenos de todo. Y justo cuando no siento dolor pues has sacado la mugre sin darte cuenta, finjo otro poco para parecer afectado. No tienes nada, me dices. Yo creo que sigue ahí, te digo pestañeando. 

5 de noviembre de 2013

Perdidos sin estarlo

De lo que veíamos alrededor, los perros ladrando, la gente bailando, las nubes sobre nosotros y sus formas. Yo no conozco muchas, pero sé que hay una que se llama lenticular, pero como nunca la veo, nunca va al caso. Se acercan los perros, yo hago como que te cuido porque en realidad no hace falta. Siempre he pensado que los perros dan la impresión de que están perdidos, sin nunca estarlo realmente. Me gusta cómo vienen como buscando algo que sabían que no encuentran aquí, vienen como pasando, revisando. Tú no podrías verlo porque te escondes en mi ropa, rogando que se vayan. ¿Tendrán hambre? No creo, es cosa de mirarlos. Les va bien. Y los veo irse, y con el rabillo del ojo miro lo que piensas, y te has quedado en otra cosa que ya hablamos, o que ya hablaremos. Hace rato habíamos hablado también de la honestidad sin miedo, pero ya hablábamos de nuevo sobre lo rico que es dormir y comer. Comer y dormir. Qué comer, y cómo dormir. O no dormir en lo absoluto. Y en vez de eso, madrugar. Y cómo madrugar. Cambiar de tema es natural; es bajar un escalón y cambiarse de vereda. Y la gracia de cambiarse de vereda es ver todas las vitrinas, sin comprar nada necesariamente, pasear por gusto. Porque por principio, no hay nada más interesante allá que en esta vereda de acá, y así vamos como perdidos sin nunca estarlo realmente. Ese recorrido lo hacemos los dos, tristemente, hay otros que hacemos por separado. Yo a veces me pierdo, y voy pretendiendo no estarlo. Me pregunto cosas, me respondo otras por mi cuenta. Hago acuerdos, compromisos, y me doy plazos límites unilateralmente. Hay pésimas ideas en ese infierno. La peor es la posibilidad de no tener que ver contigo. Porque si no es así, en este pasto, en esta calma, en estas nubes sobre nosotros, afirmo no querer ninguna otra cosa que no se le parezca. Y mi recorrido es caótico y errático, y lo peor de todo, es eterno. Tú haces otro recorrido, el tuyo propio, que nada me compete, pero a ver si al final nos encontramos. Antes de que te pusieras de pie, te detuve. Amor, vamos a alguna parte? Sí, ps', acompáñame a comprar es que muero de hambre.. Pero yo me refiero a si vamos - a alguna parte. Sonreíste.

8 de octubre de 2013

Ni una madrugada más

Estaban sentados sobre la cama desecha. Ella se había vestido, y ahora abrazaba su abrigo, y esperaba con la cabeza gacha. Minutos antes, él la detuvo antes de que se fuera, Detente, le dijo, y ella, quizás por costumbre, quizás por curiosidad, se quedó a escuchar lo que él tenía que decir. Ella sabía que eran un desastre, y vivía con esa fatalidad asumida, Esta podría ser la última vez, se lo decía a sí misma. Ahora, él estaba sentado a la izquierda de ella. Sólo tenía la ropa interior puesta, y sobre el muslo llevaba la guitarra. No tocaba ninguna canción, solo se movía entre los pocos acordes que recordaba, mientras lentamente arpegiaba algo que siempre sonaba a canción. Esto lo ayudaba a pensar durante las discusiones tensas, un ejercicio que ella aprendió a tolerar. Ambos sentados en la cama, sin mirarse, estaban separados por una pequeña distancia, donde cabía, para hacerse la idea, una mano o una frase. Dejando de tocar, y mirando largo rato las clavijas, comenzó a hablar.

-        - No sé cómo decir esto. Es posible que me dé un par de vueltas antes de llegar al asunto, así que me disculpo por eso. Camila, ya no me haces bien. Necesito tenerte, pero después de estos ratos así, ya no voy campante por la vida. Ya no tengo ese entusiasmo avasallador de reírme de todo. Si logro hacerte reír, ya no río contigo. Sonrío, con suerte. Pero no necesito decirte eso, porque ya lo habías notado. Tú también sabes algunas cosas mías. Sabes que no soy del tipo de gente que anda con la ‘coraza’, ni de guardarme las cosas. Para mí no tiene sentido esto si no puedo abrirme contigo, si no puedo ser vulnerable. Y eso me duele. Que ya no puedo confiar en ti. No te creo. Quisiera creerte, pero ya no me sale. Intento alinear tus gestos de tal forma que me convenga, pero ya son muchas fallas, muchas equivocaciones que se han ido sumando. Tú te has equivocado conmigo. Yo puedo estar aquí siempre para ti, expuesto, tal como me ves ahora—dijo haciendo a un lado la guitarra—pero incluso así hay cosas que hasta yo sé que toleré de más. Abusaste. Y siempre que te viste acorralada, no dijiste nada. Ese puto silencio diplomático, que aun no entiendo. Sé que no tienes las respuestas para lo que te pido, pero protegerme de la verdad no es otra cosa que aislarme. Yo te hablaba de ‘táctica y estrategia’, y tú me mirabas… puta yo sé cómo me mirabas, tan equivocado no puedo estar. Pero siempre en mi locura chocábamos con la misma pared, Me querrá más a mí? Aunque no tuvieras cosas buenas que confesar, yo te las habría aceptado. Sólo quería saber si estabas dispuesta a ser temerariamente honesta. Que aunque el panorama prometiera ser una verdadera mierda, me querías a mí ahí contigo…

Desde el bolsillo de su abrigo, el celular volvió a la vida. Vibró una, dos y tres veces. Tres largas veces. La vibración reinó incuestionablemente la habitación. La conversación habitual siempre era más menos No vas a contestar? No. Y ahí quedaba todo. Esta vez no la hicieron. Así que, se quedaron callados mirando la pared esperando que el celular se callara. Siempre lo hacía. Cuando lo hizo, Nicolás volvió a tocar la guitarra, muy suavemente, las notas ni sonaban. En el mismo gesto que alejaba la mirada aún más de ella, reclinó la cabeza para oír las cuerdas vibrar. Nicolás había perdido el hilo, ella lo sabía.

-          - Lo peor de todo es que no sé cuándo pasó—siguió hablando, como si hablara para sí mismo—yo creo que después me diré que dije adiós cuando no me pasaste la sal, cuando me negaste un beso, cuando me apretaste la mano contra la reja. Diré que me perdiste en el más insignificante de los descuidos domésticos. Diré que me perdiste en ese gesto, y en mi mundo tendrás la culpa de todo porque yo siempre caigo de pie— y mirándola a los ojos, continuó—mirarás desde la otra vereda las lejanas metáforas, y no reconocerás ninguna. Se escucharán canciones, pero no entenderás la letra. Y ya no seré tu cómplice, ni ahora, ni durante ninguna madrugada más.


Una vez dicho esto, y como si estuviera esperando su turno para intervenir, el celular volvió a vibrar. Vibró una y dos veces. A la tercera, Aló?, dijo ella, mientras salía rápidamente de la habitación. Nicolás la vio salir para siempre, Para siempre, repitió, dejando la guitarra sobre el piso.

2 de octubre de 2013

De la libreta

Queda poco sol. Queda un tiempo para que llegue mi bus. Se va otro más, éste lo tuve que dejar pasar. Quedo yo feliz, contento, y solo en el terminal. Tengo un rato. 'Rato muerto', mal le llaman algunos. Yo nunca me había sentido más vivo. Este es el rato. El único rato que vale, ese que sucede entre una cosa y la siguiente. Entre espera y mi bus de las 19:35. Tengo un pie sobre mi bolso, y escribo sobre eso. Tengo el bolso lleno de ropa sucia, porque la ropa se ensucia, y me voy en bus porque la ropa sucia se lava en casa. Todo esto me parece divertido y fome al mismo tiempo, pero lógico y natural, como escribir sin preguntármelo, como contar con honestidad lo que me pasa, sin ninguna pretención, ni de ser interesante, ni relevante, ni estético, ni correcto, ni equilibrado, ni sensato. Podría escribir de amor, o de la locura, o del área gris entre las dos anteriores, podría recitarles las verdades que vale la pena saber, que por cierto no son tantas como algunos pretenden hacer creer, pero en vez de eso, hoy escribo desde la pura gana de escribir, de echar a rodar la tinta sobre el papel por deporte sano de hacer durar este ratito y vestirlo de gala. Tengo ese entusiasmo que tiene cualquiera por recordar un momento, y hacerlo pa' siempre, pero pude sacarme el pudor de tropezarme con las letras, o sonar tonto, o derechamente serlo. Y hablo de algunas cosas, y dejo otras para después, porque hablo libremente y, en esa libertad, hay que apurarse en decir algunas cosas, mientras dure esta lucidez de atardecida. Serles francos, por ejemplo. Hoy no me visto de narrador. Tengo ese nombre que me pusieron al nacer, y por el que me conocen los que me conocen. Soy yo, tal cual. Soy feliz porque tengo el sol en la cara, y feliz porque el perro tiene pinta de quedarse dormido. Soy feliz porque tengo amor en mi vida. Porque me mira como yo la miro, y al notarlo, nos reímos. Porque reconoce cuando le hablo.

23 de septiembre de 2013

23 de agosto de 2013

Soja

Veía una pareja vendiendo hamburguesas de soja. Esta pareja era de los que comúnmente conectaría en la calle aunque no tuviesen nada que ver. Sea por apariencia, por postura ideológica, por expectativas de la vida, pero mayormente por apariencia; ella parecía de él, y él de ella. Los veía vender a la salida del metro Baquedano, esperaban de la mano sin estar de la mano, con ojos impacientes buscando una posible venta. Con esa mirada en su cara, ella me reconoció. Nos conocíamos de antes porque fuimos al mismo colegio. A pesar de no tener mucho que ver en ese entonces, nos saludábamos con cierta camaradería, quizás en parte porque yo mismo me había dedicado a vender 'sojas' durante algún tiempo, y todo eso nos hacía menos extraños en la calle. Recuerdo que tiempo después la vi sola, y ella mantenía una conversación con otros vendedores de distintos artículos-- como el señor que vende chocolates; siempre he imaginado que quien hace los chocolates no es él sino su esposa, que por alguna razón, imposibilitada por salud, niños o trabajo, o todas las anteriores, no puede acompañar a su marido, quien, siempre de boina negra y chaqueta de mezclilla, sagradamente ofrece los chocolates artesanales impecablemente empacados en la salida sur del mismo metro-- y con ellos, muchos otros, amigos o conocidos entre ellos, se reconocen y se saludan tímidamente levantando una ceja, y ahí, entre todos ellos, mi amiga o conocida, que a todo esto, olvidé su nombre, también la saludo tímidamente levantando una ceja, pero como esa vez la vi sola conversando con el señor de los chocolates, pretendí no verla. Porque, claro, aunque no tuviese la obligación ni el pretexto de preguntarle por su pololo, la situación tarde o temprano hubiese sido evidente, porque siempre la veía con él,  y ella sabe que yo me hubiese dado cuenta, por lo que me cohibí pensando que a lo mejor ella estaba incurriendo en el hábito de vender sojas a pesar de haber terminado con su pareja. El hecho de que a lo mejor terminaron me ponía incómodo, pero después de subir los catorce escalones a la superficie me percaté que era viernes, y Santiago estaba loco, y con ganas de curarse, y habían personas en todas las esquinas, y solo en ese momento me di cuenta que su pololo podía estar aprovechando el flujo de gente, y estar vendiendo sojas en la salida norte. Pensé, así eran sus viernes, salir a vender de 10 a 12, quizás, y estando en distintos puntos, venderlo todo, vender la mitad, estando de la mano sin estarlo, y después juntarse, ir con más gente amiga, llevarían sus coolers con lo que no se vendió, y carretearían por ahí, estoy especulando, claro, pero hay algo que los motiva a estar separados, separarse, vender más, y estar juntos, juntar plata, y después irse, viajar, no vender más, haber juntado lo suficiente, y marcharse de esta esquina bendita y maldita, donde todos pasan y nadie se queda, yo me voy, tomo la micro, que es justo la que viene acá, y ellos también se van, se va él, se va ella después, y yo pasaré de nuevo por esta esquina y no encontraré a ninguno de los dos, y tendré que comprarle chocolates al señor, o comprar unos arrollados, o sopaipillas, o cualquier cosa en cualquiera de esos negocios que han sacado raíces en la vereda. Y cuando estoy lejos, sigo pensando en esa esquina, y en toda la gente que pasa, que rara vez reconozco, y de todos ellos que pasan, soy yo el único que se queda, como el que no compró pero sí tenía hambre, o el que no compró porque no encontró las monedas a mano, o el que quedó a medio camino y sigue pensando si no es muy tarde para devolverse y comprarse una soja.

7 de agosto de 2013

Esperar

Esta ilusión consensuada que es el tiempo. Falta un rato más para que sea el rato siguiente, que en el fondo se siente muy igual al anterior. Hacer hora, hacer algo, hacer las paces, hacer la cama. Hacer el amor. Propiedades del verbo 'hacer'. Qué hora es? Es la hora. Esto es el a-hora. El sustantivo 'hora'. Y los impuntuales qué son sino esa especie que la selección natural no arrasó del mundo de los puntuales; una especie coja que hace malabares con los minuteros, distorsiona, minimiza y ridiculiza lo que todos dimensionan con exactitud.

22 de julio de 2013

Honesto

No tengo pretensiones de lograr algo. Cuando me enseñaron a escribir, me dijeron, apunta al efecto que quieras lograr, debes entretener, debes sorprender, debes nutrir al lector con vocabulario, y la verdad es que hoy vengo más honesto que nunca, no tengo efectos a los cuales apuntar porque unos se me mezclaron con otros, y lo que antes solo me enternecía, ahora me inquieta, y lo que me inquieta, ahora también me excita, y otras veces hay cosas que me pasan contigo que no tienen nombre, pero también me gustan. No entretengo tampoco, ni sorprendo, no tengo ritmo, y las palabras grandes se me quedaron en otra página. Tengo, eso sí, y solo a ratos, cierta lucidez, que otros llaman inspiración, yo creo tener lucidez y poca vergüenza, cuando hablamos de querernos, yo te respondo que tu forma de quererme es la única forma que me sirve, que no te disculpes por nada, y tú encontraste que eso lo pudiste haber leído en un poema, y yo inflo el pecho, y después de un rato también me desanimo porque se me ocurren esas cosas solo en esos momentos, y podrían ser bonitas para un poema, aunque tarde, mal y nunca los escribo, pero ese sería tuyo, tendría tu nombre, o saldrías entre las líneas, y si eres aún más tímida, te escondo en una letra, o en un punto y coma, que tanto te gustan. Y en vez de eso, en vez de palabras grandes, de literatura que apunta a un efecto claro, en vez de elaboradas y pretenciosas metáforas, tengo la más simple repetición de un ‘te amo’ al oído, y lo alterno con un beso en la mejilla, como queriendo que cada palabra la aprendas y la aprehendas, y se quede ahí en tu piel para siempre, para siempre, para siempre, para siempre, para siempre…

18 de julio de 2013

Cojear sin dolor

Después de haber puesto un solo pie fuera del edificio, me dio ataque de risa. No era que no necesitaba el trabajo, pero las preguntas de la prueba psicométrica eran tan ridículas que yo no podía ser menos, necesitaba estar a la altura de la ridiculez. Obvio, comenzando por las más sencillas, siempre cuidándome de no caer en la tentación de poner algo psicotrópicamente inapropiado, como que el dinero es una ficción, la lealtad subjetiva, y lo que hace esta empresa por el mundo una mierda. Terminé cagándome de la risa afuera. "Mi mayor problema es - creer que no tengo problemas", puse al final, casi sin ideas o ganas de seguir cooperando.

Como de costumbre, o por falta de costumbre, podría decirse, hice esa pausa para fumarme el cigarro imaginario. Ese que cada cierto tiempo me aísla, a tomar aire, y hacerlo solo si nadie me acompaña. Si estoy encerrado, salgo. Si voy saliendo, lo camino. Acá es la solución, para lapidar ese pésimo intento laboral. Bendito cigarro imaginario, eres como el ejercicio de un hábito truncado. Como el pie que pica después de amputado. Caminé lo que me duró el cigarro. Y llegué a Salvador a la hora.

Me busqué la ruta con más gente, y a esa hora de la tarde, cualquiera sirve, cuando todas las oficinas salen a conocer al día. Tenía llamadas perdidas en el celular, que en el fondo, eran para pedirme respuestas que no tengo. Caminar así, me recuerda como caminan las hormigas hacia su hormiguero. Nosotros, claro, sin antenas, tenemos el contacto visual. Eso que casi no alcanza a llamarse instante te bastó para jurar entera la vida del otro. Se ve, primero, quién durmió poco, quién se quedó dormido. Quién llora poco. Quién llora seguido. Otras veces hay unas caras con las que sospechas una relación. Al rato se va. No Nos Supimos Amar, le digo sin que me oiga. Me despido, pero en el fondo, fue como un saludo: hormigas en un hormiguero, que caminando en direcciones opuestas, nos contamos qué hay más adelante, y qué hay más atrás.

A veces creo que el verdadero viaje en el tiempo es ese que ocurre cuando retomas algo que habías dejado pendiente. Releer en lo que tienes en el bolsillo, o pasar por una esquina donde siempre prometiste besar. Ese viaje, por lo general, es una mierda. Arrugué el papelito, y antes de pillar un basurero, me suena el celular. 

- ¿Cómo te fue?
- Mal, creo yo. Habían dos etapas, la primera era la prueba sicométrica, si pasabas esa, pasabas a la segunda.
- ¿Y cómo te fue en la segunda?
- No la hice.
- Ya, y ¿cómo lo vas a hacer con las cuentas?
- Ahí veré. Hablaré con el Tomás, siempre me pilla algo.
- Ese hueón siempre te deja botao, y la vez pasada se demoró como tres semanas en pagarte.
- Sí, bueno... Mira, me voy subiendo a la micro, hablamos llegando.
- Bueno, vale, chau.

Después de todo, pensándolo bien, es un recurso bastante pobre para ser un viaje en el tiempo. Pero si el estímulo es justo y apropiadamente poderoso, te puede catapultar. Las canciones, los notas en el espejo, la forma de besar, el olor a pasto. "Micro de mierda, por qué se demora tanto.." Hago la espera anónima, ritual del paradero, donde nos miramos como si no tuviéramos nada que ver, pero no encuentro nada más impersonalmente íntimo que compartir el camino a casa. Porque después de un rato, ya estamos sentados, y es como subirse a otro tipo de arteria, dentro de la misma colonia, donde en un sentido se avanza, y en el otro, también. Los pasajeros ya no usamos el contacto visual sino que lo evitamos, y casi pareciera que se acabaran los puntos donde posar la vista porque vamos todos esquivándonos. De repente es mejor no mirar a nadie, no conocer a nadie, no reconocer a nadie. Mirar el piso, mirar el cielo, mirar el taco. No mirar nada. Cerrarlos y cerrarse. "Creo que perdí el número del Tomás..." Por las mil re putas, estos son los problemas minúsculos de una sola hormiga dentro de todo el hormiguero, y por qué cresta uno tiene que ser hormiga, y no ser el hormiguero entero. Ser un planeta. Tener preocupaciones de espacio-tiempo a nivel galaxia, del universo que se expande. Y los adolescentes planetas compiten comparándose, quién tiene la órbita más amplia, quién tiene más lunas, quién fue avistado primero, quién tiene más mitología a su haber. Y esos serían los problemas de los planetas, a no ser que venga un psicólogo del macrocosmos y me corrija. En vez de eso, nos afligen otras cosas, e inventamos recursos como cigarros imaginarios, porque somos muy cobardes para bancarnos el cáncer, o enamorarnos yendo de transeúnte para así intentar maquillar una carencia más profunda, esa de sufrir por compartir lo que no se quiere compartir, que bien ambos sabemos que duele. Son recursos pobres, otro más, que usamos para mirar a otro lado, mirar otra cosa que no sea la herida, o rascarse donde no pica. Una vez escuché que hay que usar la muleta bajo el brazo del mismo lado del pie herido, y cojear sólo si duele porque cojear sin dolor puede fosilizar el hábito, y luego justificarlo con dolor real. Quizás llevo la muleta bajo el brazo equivocado, y cojeo sin dolor, y por eso miro los problemas de los planetas, o los de las hormigas. Cosa de proporciones, protesto, pero el punto es el mismo.

Me desperté junto a la ventana, y saqué el brazo para sentir la brisa. Con ella, llega una chinita. Curiosa criatura que es nombrada localmente. Mariquita, también le dicen, pero no acá. Llega de la nada a desarmar mi completa alegoría de hormigas. Soy incapaz de mandarla a volar por donde vino, o matarla, porque no tiene culpa de haber caído acá. A diferencia de este insecto que miro muy de cerca, los hombres, y las hormigas solo caminamos por lo que llamamos piso. Puedes hacerla caminar por una hoja de papel, doblarla y hacer tocar un extremo con el otro, y no sabrá dónde dio la vuelta. Algo parecido le pasó a Cristóbal Colón. Estamos todos, en cierta medida, dando vueltas, caminando en círculo. Voy girando mi mano, este pequeño parece intuir dónde es arriba, y pacientemente le facilito el camino hasta donde quiera llegar. Terminamos reconociéndonos, yo mirando sus detalles, y él esperando unos segundos en la punta de mi dedo índice. Parecía disfrutar la panorámica y evaluar sus opciones. Tú no caminas en círculos, ah? Chasqueó las alas, y voló. Bueno, hay excepciones.



20 de junio de 2013

Diariamente

Las personas cultivamos arrugas como las de los diarios. Al principio, nos doblamos en dos, y ese es el espacio que ocupamos. Después, ya no en dos, ni por una línea recta ni definida, sino que nos doblamos por ese conjunto de marcas que nos defina más, por esa marejada de surcos que son las cosas que nos han ido pasando. Nos achicamos, nos sacan jirones, nos enganchamos en las esquinas y nos rajamos como chaleco hilachento. Tenemos impresos los datos y eventos que consideramos relevantes y que nos negamos a dejar ir. Ya de un rato a otro, nos ven sentados, o también andando a fuerza del viento de la costumbre, o arrancando para no ser despedazados por la lluvia de turno. Ya cerca del final, cuando la textura pierde su consistencia y su retención, terminamos haciendo cualquier cosa, cosas que jamás nos hicieron prever que terminaríamos haciendo, como secando el piso, que se manchó de lágrimas, o envolviendo cosas muertas como ánforas, o risas.

18 de junio de 2013

Punto de Fuga

A veces me reduzco
a ese punto,
se me secan las palabras,
se me abren los silencios,

me reduzco a ese punto,
soy ese lunar
no necesito ni que me hablen
ni que me pasen a ver
ni que me rieguen seguido.

se me secan las palabras
soy esa peca, esa mancha,
otra irregular maravilla cutánea
déjenme ahí, adherido y callado
que solo saldré los domingos
para preparar el te,
tender la ropa en la tarde
y devolver la pelota a los chicos del pasaje,
no molestaré.

se me abren los silencios,
y adentro, cabe todo lo demás
todo lo que sobra,
todo lo que queda,
todo lo que escogimos no decir
todo lo que no sabemos decir,
ahí dentro, ese silencio
extraño y familiar.

soy ese punto
en la conversación
"después te digo",
y nunca lo hago
me guardo secretamente
una basurita del camino o del lugar
que no sea ni tan relevante,
ni tan insignificante,
para llegar al recuerdo sin necesitarla
ni sin obviarla.
Como esa basurita,
así el "después te digo",
que nunca hago
me guardo secretamente
esa interrupción que no hice.

soy ese punto,
que junto a otro punto,
hacen una recta,
que junto a otra recta,
hacen el punto de fuga
son pretensiones geométricas
que nada tienen que ver
con converger,
y tener que ver.

4 de junio de 2013

Ficción

¿Crees que puedes hacer ficción con todo? La elocuencia de una bisagra, y a veces la de un mimo con mucho que decir. La normalidad se interrumpe, y lo veo en los libros que se dejan de leer, en las llamadas que se dejan de hacer. En esa puntualmente sagrada y sagradamente puntual capacidad de saber sabotearse. Hay que saber hacerlo, hombre. Y no digo que yo lo sepa. Pero puta que hay que saber... saber cuando callarse, cuando decirlo y cuando dejar de dar y recibir importancia. Pero, ¿se esconde alguna planta cuando recibe mucho sol? Se quema. O se adapta, sí. Más prefiero compararme con un perro callejero, que nunca estando perdido pero siempre dando la idea de que sí (idea de que sí, idea de que no), te sigue las cuadras que te faltan. ¿Es esa tu ficción? ¿Es por eso que te lo preguntas, realmente? ¿O es porque vas llegando al fin de la página y quieres cerrar la idea? ¿Vas a cambiar de página y seguir, y ver qué pasa? ¿Crees que puedes hacer ficción con todo? Te equivocas.

7 de mayo de 2013

Así

Con la misma naturalidad con la que la mano que lleva el dedo que lleva al lente, que lo empuja y lo hace trepar por el tabique, así. Con la misma ilusión con la que se apela a una promesa que a todas luces no se va a cumplir, tal cual. Con la misma honestidad con la que se escribe en prosa algo que se pensó en verso, similar. Con el mismo llanto silencioso con el que intentas arrimarte a una enumeración caótica en la que no tienes cabida, así. Y de la misma forma en que no podemos saber porqué hacemos trepar por el tabique unos lentes cuando no los tenemos puestos, ni cómo dejar de esperar una promesa, ni cómo evitar escribir en prosa, ni cómo dejar de intentar arrimarse a la letra ajena, podemos ver que hay gestos que se fosilizan. Así también la pena.

6 de mayo de 2013

Miedo a la pálida

Mientras gente pasaba en el fondo, vi los ojos apenas abiertos de Claudio, explicándome cómo lo hizo:
"Yo pensé, primero que todo, tiene una tranca con el asunto. No va a querer hacerlo, por un motivo equis, y no lo va a disfrutar. Cómo? No, si fue algo que le pasó al tío... por eso es que le tiene la cruz hecha. Nunca una experiencia personal. "No, nunca", negando efusivamente, dijo Claudio cuando le pregunté que si le había pasado algo antes. "Y claro, ahora que me conoce más, y resulta que fumo, es un tema a discutir de ahora en adelante. Entonces, pensé, lo que haré será llevarlo al parque, prendemos uno ahí, y lo llevo a pasear. Caminamos, y conversamos tranquilos. No, si al final eso de hacerlo con mucha gente alrededor, y la agitación, y los estímulos, visuales, sonoros, o mentales, etc., te agotan. Se hace desagradable no poder terminar lo que se conversa, y viene otra cosa, y pasa encima de lo que hablamos, y después otra cosa. Y así. En cambio, ir en confianza al parque, y hablar simplemente, porque es así que yo lo experimento. O así me hubiese gustado hacerlo, y que alguien se diera ese trabajo. Porque todo lo demás, es opcional. Lo que se queda, es lo que conversaste, lo mucho que te conectaste con quien tienes al frente. Eso es 'lo medular', como diría el Javier. Ahora en realidad, si de verdad sirvió de algo, ni idea. O sea, es igual de probable que confirme su rechazo como que lo revierta. Habrá que verlo".

4 de mayo de 2013

Mirar

El mejor lugar es ir de pie, al lado de la ventana. Llega el viento, y si voy muy ahogado saco la cabeza, no más. Y estando de pie, se ve quién se sube, quién se baja, y lo demás. Así, si afuera nada me entretiene, me voy mirando a las personas que entran. Voy bien cansado, a decir verdad, pero el espectáculo lo vale. Aparte, ir de pie al lado de la ventana, aún siendo el mejor lugar, goza de una amnistía implícita que te libera de la responsabilidad de dar el lugar. Y solo así, voy libre de culpa hasta mi casa.

A mitad de camino, el bullicio es evidente. De golpe se subieron las mamás con sus críos, chicos, grandes, y en brazos. También las señoras que miran por encima de los hombros de los que van delante, haciendo el guiño para ver quién va a hacerse el famoso, y le cede el asiento. Las señoras con bolsas, los niños con las rodillas sucias, y los audífonos puestos y las miradas perdidas. De la nada, me acordé de quien le escuché que jamás le podría gustar andar en transporte público. La verdad, no lo culpo. Hasta yo mismo de vez en cuando me saturo. La gente se agolpa, se olvida de cooperar, se empuja, se insulta. Se olvida del real enemigo. Pero también la micro tiene sus bondades. Y cada vez me digo 'el mundo funciona' cuando los jóvenes se paran, y las viejas se sientan. Todos, aunque muy juntos, van en mundos aparte, solo un accidental codazo hace cruzar disculpas, breves miradas que se encuentran. Más largas son las miradas entre madre e hijo, que lo mira jugar, lo llueve a besar, como si fuera el primero, o el último, sabemos que la intensidad es la misma. Los adolescentes se abrazan, sin importar el calor, no saben cómo estar más uno dentro del otro. Empiezan a correr los helados. Suenan las chauchas. Se sube una guitarra, que viene a buscar sus propias chauchas. Anda con sus propios niños. Son dos. No debe ser de Santiago, pienso. Desde afuera, la guitarra había visto un espacio donde instalarse. Empieza a rasguear un vals.

Hace tres redondas canciones. Una para Temuco, una para Chillan, y la última para Santiago. Me lo imagino en otro lugar, imaginando cómo hacernos imaginar a nosotros, los sin imaginación. Cabeceando contra el vidrio en realidad rogamos por canciones que hablen de lo justo, que en el fondo son como una pieza hecha a la medida, que calza en medio de las fibras de muchos de nosotros, que crecimos o vimos crecer a otros con memorias sobre el pan con chicharrones, bazares de barrio y la vida en el campo. Vidas donde la pobreza no era un índice, sino sinónimo de mesura. De las tres canciones, solo logré retener una, la cual busqué, y aquí la incluyo.

Hay una comadre que le debe, un poco, al almacenero,
que tiene anotados los diez mil pedidos en algún cuaderno
y cada mañana me despierta el pito del viejo lechero,
que hace veinte siglos, con su agudo trino, me saca del sueño.
Aquí vive toda la gente que mueve este mundo enorme.
Aquí está el cartero, el suplementero y el de los camiones.
Viven los micreros, viven los taxistas, viven los campeones,
y donde yo quiero viven los obreros de las construcciones.
Viven las muchachas que tejen la tela con la que te vistes.
Viven los milagros, los que hacen posible todo lo que existe.
Sin mi viejo barrio este mundo loco ya no giraría
por el universo en busca de un sueño, todo fantasía.
Es mi barrio pobre pero yo lo quiero porque es todo mío,
con su escuela chica, con su niño solo, con sus tres vecinos,
esos que me cuentan cosas muy hermosas de los tiempos idos,
Es mi barrio pobre, pero lo respeto porque es donde vivo.
Los niños se ven acostumbrados a las canciones. O a su viejo cantándolas. Hablan una y otra vez de la infancia que siempre vuelve a cada canción. Con las monedas que junta, le compra una botella de agua a un vendedor que se había subido, y de la botella toman los tres. Los que más toman los dos más chicos. Uno no quiere tomar. Hidrátate, les dice su viejo. Se habían estado empujando, ahora se abrazan. El viejo, puta que se ven lindos, déjenme sacarles una foto, ya po, quédense ahí. Se abrazan una vez al mes, tengo que sacarles una foto. Ya, no pongan cara de hueones. Listo.

2 de mayo de 2013

Consejo

Amigo, no se ofenda. Yo también he caminado de la mano, y sé que las miradas andan por ahí, por poco que me guste. Qué inseguridad la suya, debería sentirse contento, primero por ella, segundo por usted mismo. Y ojo que digo 'contento', y no 'halagado' porque el mérito no es suyo. No sea patúo. Piense que los demás ven la cáscara, pero es usted quien tiene la fortuna de ver cómo esa hermosa cáscara de ser humano se revela. Lo cierto es que cualquiera puede animarla, si lo de ella son los piropos o lo es una rápida mirada de inequívoca atracción silenciosa, y cualquiera puede mirarla, basta tener ojos, pero lo importante es que, por sobre todas las cosas, usted sepa acompañarla.

30 de abril de 2013

Su puesta lucidez

Recuerdo el sabor del día, recuerdo haber dicho una vez, estoy bien, éste soy yo pensando. El día anterior me había dolido la muela, y ese día ya no tenía nada. La simple ausencia del dolor físico me llevó a lo más alto de lo que dicen llamar lucidez. No he dejado de hacerlo desde entonces. Decirme que éste soy yo pensando. Me lleva un rato convencerme. Una vez convencido, ya no estoy tan lúcido.

Del día siguiente a ese, no recuerdo nada. ¿Qué lucidez es esa?

23 de abril de 2013

Tejedora

Envidié a la diminuta araña que flotaba suspendida solo gracias a un largo hilo. Imagino que tejió lo suficiente como para, desde el borde de una cornisa, lanzar su invención al aire y dejarse arrastrar por fuerza propia. No tengo pruebas para esto que vi. La araña tampoco.

15 de abril de 2013

En algún punto

En algún punto entre una canción de Radiohead y una página de Rayuela, bordeé lo sin nombre. Eso donde la mayoría abandona el vuelo, o suelta el libro, o lo cierra, o echa a llorar, me vi sin palabras y me incliné hacia la ventana. La micro dando el giro hacia el lado opuesto a mi ventana logra un paneo cinematográfico de la esquina sin nombre. Me flaquean las piernas. Epifanía corta y depresiva. Majestuosa y necesaria. Generosa, pero vil. Es algo totalmente sensorial, y al mismo tiempo no lo es, porque todo esto me cae desde una repisa que tenía los tarugos malos. Malos, conceptualmente hablando. Me esforcé en retenerlo y ahora me acuerdo de la sensación. Es como querer volver a entrar a ese sueño que dejaste en la mitad de la noche. Me acuerdo de la sensación porque es lo único que va a quedar.