12 de agosto de 2008

Palma y dorso

Conozco tanto sus pies que conozco sus huellas
tanto su presencia que su ausencia
conozco tanto la palma de su mano
que conozco la fuerza de su dorso

Conozco su trabajo y su esfuerzo
sus frutos y sus lamentos
su frialdad
y la lentitud de sus movimientos

Conozco sus furias, y sus ritmos
sus migas en la cama,
y sus buenos pero pocos amigos.
.
Sé de sus creencias y de sus juicios
de sus gestos, pero lo peor es saber,
que algún día los voy a heredar.

4 de agosto de 2008

"Eso no pasa"

Esa mañana desperté en el parque. Me levanté, y me senté en el pasto. A mi lado había un perro que en silencio me esperaba. Me dijo: "wuff, wuff.. esclavización mundial.. wuff.. minoría dominadora.. wuff..".

Caminando de vuelta, pensé: "Qué extraño. Eso no pasa".

[Zeitgeist (subtítulos en español)] 01:56:00
http://video.google.com/videoplay?docid=8883910961351786332 !

[The Story of Stuff] - 00:21:19
http://video.google.com/videoplay?docid=-9153550196656656736 !

[ENDGAME- ALEX JONES - Blueprint for Global Enslavement] - 02:19:29
http://video.google.com/videoplay?docid=1070329053600562261 !

7 de abril de 2008

Living-comedor



La puerta estuvo intacta todo ese día. El pequeño sentado a un costado del sofá estuvo ahí para comprobarlo. Sus atentos ojos escrutaron cada detalle. Las frías y rectas marcas sobre la puerta, la brillante dorada manilla que contrastaba con los ya muertos colores del resto de la habitación, como el mantel burdeo escocés, y esas sillas de madera bordeando la mesa del comedor. Las cortinas mantenían a raya un sol inexistente allá afuera. Una escena sin ánimo, sin tiempo. Había un carro de juguete de vivos colores sobre la alfombra, que volcado sobre el piso, parecía mantener la precisa impresión del momento exacto en el cual el niño se aburrió de él. Suspendidos, y ocupados en silenciosas y distintas - quizás, hasta mentales - labores, parecían esperar que el otro se moviera súbitamente para continuar el juego. Pero por cada segundo que pasaba, se hacía más presente la idea en ambos que el juego seguiría detenido. Se había truncado la dicha. El coche de juguete decidió que lo mejor sería quedarse ahí botado ya que no se sentía cómodo causando algún tipo de molestia al pequeño. Por otra parte, al niño no le quedó otra opción que quedarse ahí. No porque por alguna serie de razones concluyó así, menos por mero gusto. Se quedó ahí, más que nada, porque no conocía de opciones. Fijó sus ojos sobre la puerta de entrada, y se limitó a ella. Algo había en ella que merecía una irracional atención. La mirada osciló en el no-moverse de la puerta, y si hacia algún lado la puerta pensaba ir, él estaría ya mirando. Por mientras, ese nunca antes visto brillo de la manilla le ofrecía una silenciosa entretención. Se mantuvo así el cuadro, sin tiempo, extirpado de emoción. Como un segundo congelado en el cual te abstienes antes de sonreir o echar a llorar. Veinte segundos de eternidad que parecen planos y todo se torna autosuficiente. El juguete a medio jugar, la inquietante puerta, el pequeño ligeramente apoyado hacia el sofá. Le llaman felicidad. La ternura innegable de una solitaria niñez. Ternura que, ahora, se veía interrumpida por el incipiente sonido de la llave que intenta abrir por el otro lado. Al abrir la puerta, ve la casa relativamente ordenada, salvo por el infante que se arrastró, y con él, un montón de juguetes, por el pasillo hasta el living donde estaba el sofá recién comprado. Zapateó fuerte, en cierta parte para hacerse saber, y por otra, netamente práctica, para evitar caminar con sus zapatos húmedos por la tibia alfombra de la casa. Al dar el primer pie dentro de la casa, se sacudió del hombro las gotas restantes sobre el abrigo. En cortos y rutinarios actos, colgó su sombrero en el perchero. Con su abrigo ahora colgando del brazo, avanzó hasta tener al niño hasta sus pies, se agachó, y lo besó cálidamente en la frente. El niño, inexpresivo, no lo dejó de mirar desde que cruzó la puerta. Intuyó fuertemente la necesidad de nuevos pañales, eso explicaba la sorprendente quietud de éste, pensó. Al ponerse lentamente de pie, no vió necesidad de recorrer el resto de la casa. Si había o no alguien ya era de poca importancia, puesto que no tenía ganas de entablar conversación con nadie, y la compañía de cualquier persona no era urgencia. Sin más, se sentó en el sofá dejando al niño jugar afanadamente con sus zapatos. El niño parecía lentamente hacerse invisible, y a pesar de que emitía algunos sonidos aparentemente hacia él, ya no lo distraía. Su mirada fija, quizás retrocediendo sobre específicos pasajes del día de hoy, parecía perder movimiento. Bastó sólo algunos minutos para que este hombre de corbata se mimetizara con el entorno. Se soltó el nudo de la corbata. Siguió sentado. Y volvió a ajustárselo. Y sólo para hacer algo distinto, porque sabía que, luego de soltarse la corbata, lo que próximamente haría sería ser sacarse los zapatos, saludar a esta persona que aparecería de una habitación contigua, y aún más cierto estaba, que sería precisamente en ese orden. Y, sabía que luego de ésto, esperaría lo suficiente en ese sofá hasta que se sintiese cansado, y decidiera que llegaba la hora para dormir nuevamente. Sabía también que el hecho de mantener la corbata puesta no alteraría el orden de estos sucesos. Sabía que mañana le esperaba un día así, un día parecido, y no había que odiara más que un día normal. Sabía, ciertamente, de la pequeñez de sus actos. Sabía lo poco que movían su propio mundo. Sabía lo sujeto que estaba. De pronto, el pequeño interrumpe sus pensamientos golpéandolo en su rodilla izquierda. El hombre lo mira, pero aún con ojos inexpresivos y cansados. Sabía que sabía más de lo que quería. Sabía, incluso, la exactitud de su pequeñez. Echó una mirada al perchero para ver su sombrero, y que realmente no tenía gotas de auténtica agua, sino polvo y arena. Luego, la ventana. La incongruencia del clima que se veía por la ventana y el que estaba afuera de la puerta. Y sabía que, de hecho, no había cosa tal llamada clima. Sí, también el abrigo que llevaba comenzó a perder su forma, y a verse como realmente lo que era; un montón de mentiras que lo mantenía tibio. Y así lo mismo con todo su entorno, todo lo que se veía común y corriente comenzó brutalmente a transformarse en algo mucho más burdo y escalofriante. Una realidad compuesta por palabras. Sabía, lamentablemente, que todo lo que el vió alguna vez siempre fue un montón de letras puestas juntas, en un bonito orden. Siempre le gustó el B-o-s-q-u-e. Antes del fin, se aferró a esa innegable noción de felicidad, que como aquel niño, también alguna vez palpó. No todo podría ser así de incierto, ¿o sí? Pero sí, le fue concedido, y fue feliz tres exactos segundos antes de desaparecer. Finalmente, sabía que todo lo que era base en su mundo estaba destinado a desmoldarse, perder color y perecer, y fue precisamente lo que vió en ese último agónico segundo. Sabía que un living-comedor debía, al final, astillarse en mil pedazos, deshilvanando esa realidad en las letras de un trágico seudo-llamado escritor, cuya existencia era relativamente igual de trágica, y que como dueño de esta realidad escrita, decidía darle fin. Sabía que, en el completo vacío, lo último en desaparecer sería su conciencia, que en el fondo era la base de todo lo que pasaba por su mente, y que, misteriosamente, le daba sustento a su existencia. Existencia que terminaba con un punto final.

22 de enero de 2008

04:27am

El golpe en el pavimento fue seco y definitivo, como el de una carga pesada que no va a levantarse. En los próximos cuatro minutos, que bien podrían ser veinte segundos, no existió nada más que ese metro cuadrado a su alrededor en la mitad de la calle. La balacera, que ya le parecía extinguirse, parecía ignorarlo, y seguir sin él. Podía ver sólo los zapatos de sus compañeros de bando por debajo del auto que se encontraba a su lado, y aún más, creyó ver las sombras de sus enemigos allá a lo lejos, ocúltandose entre los árboles y moviéndose con esa obvia y pavorosa prisa que desencadena el hecho de estar al borde de la muerte..

Y luego pensó en eso, en sus posibilidades, en lo que le quedaba. Creyó aún tener esa bala incrustada en algún lugar del tórax, posiblemente en el pulmón. Podía sentir la desgarradora sensación y el terrible esfuerzo que significaba respirar. Deseó no haber aprendido tanto de síntomas, pero una repentina hipocondria era imposible evitar en esta sangrienta circunstancia. Ir saltando de auto-diagnóstico en auto-diagnóstico lo impacientaba, lo angustiaba, y en el fondo, lo mataba más rápidamente. No tardaría tanto el pulmón en llenarse de sangre, y ahí fue cuando las cosas se complicaron bastante, pero para entonces él ya se encontraba sufriendo de otro dolor. Recordó anoche, cuando luego de ver las noticias, luego de informarse como lo hacía todo buen ciudadano a esa misma hora, decidió ver una película en vez de apagar el televisor, sabiendo que tendría que levantarse temprano mañana. Eso es lo que vió cualquiera que se parara en esa misma habitación. Pero en realidad, él bien sabía que cualquier cosa era mejor que el silencio, la bulla del televisor era aceptable porque sólo él sabía que en la noche, y especialmente con ese silencio, estas ideas de remordimientos, de errores, de la fragilidad se hacían horriblemente presente. Cualquier bulla era bienvenida para callar la bulla de su propia cabeza. Pero ahora, sangrando en el piso, le era imposible escapar de tales ideas, no había ruido alguno, sólo espacio donde el eco de su propio llorar reverberaba.. Esas sábanas, una mañana, pudo haber sido hoy, o ayer, podría haber sido mañana. Ahora de qué servía? Cuándos tiernos pero hipotéticos besos podrían suturar esta real herida? No habían disparos que pudiesen destruir aún más ese débil recuerdo de despertar con alguien amado. Aquí estaba, sintiendo el real peso de morir, esa idea tan lejana, pero que sin embargo, nunca pareció comprender. Su corazón comenzaba a ceder en ese, hasta ahora, incesante compromiso a vivir. Comenzaba a entender.. que habrán cosas que no se solucionaron, ni se solucionarán. Que en el minuto de su muerte, porque sí, ya él lo sabía, el universo no se revelaría ante él, y habrían cosas que jamás entendería. Que hay vidas que sí quedan truncadas, que sí existen los amores incompletos y frustrados. Deseó no haberla dejado ir. Notó que apenas podía mover sus piernas ya. Aceptó también que realmente no será juzgado en ningún purgatorio, que no será decidido entre el cielo e infierno, y que todos esto años se entretuvo creyendo historias donde uno luego de morir podía caminar senderos de eterna dulzura. No, transcendencia tal no existía. Sufría en ese minuto la desesperación de un ateo irresoluto. Conciencia, recuerdos, los sentidos, vista, oído, tacto,.. todas eran facultades que se sustentaban bajo ciertas específicas condiciones que se cumplen en nuestro cerebro. Sinapsis. Todo esto era físico, no habría posibilidad real de vivir en otro tiempo y lugar sin sus, ahora, moribundas células. Todo se aferra a este mundo, y nada saldrá de él. Entendió que la muerte no es un accidente, sino que vivir siempre lo fue. Son reducidas y específicas las condiciones que se tienen que cumplir para dar lugar a esto que llamaba vida. Sol, y luz, pero no demasiada. Eso llamado ozono, eso llamado oxígeno. Día para trabajar, y noche para descanzar. Todas eran circunstancias al azar sin peso alguno, que bien pudieron no haber sido. De haber estado el sol un poco más lejos de nuestra Tierra, o un poco más cerca, sería definitivo. Somos un accidente de la naturaleza, sólo eso. Realmente nunca fuimos la especie predilecta de todo lo creado. Somos como el musgo que crece oculto en medio de lo Absoluto. Somos insignificantes. Este momento no era como nadie lo imaginaba, no es un apacible viaje. No, él ya se dió cuenta de eso. Más bien era como una horrenda sucesión rápida de ideas, la cual estaba obligado a ver. La admisión absoluta de sus propias verdades ocultas. No había cosa tal como la redención, no había entendimiento, ni perdón, ni regocijo. Morir era crudo, más crudo de lo que jamás creyó. El agonizante silbido al respirar ya desaparecía. Ahora sentía esa fragilidad de vivir. Esta misma tarde todo estaba bien, todo era normal, y ahora, sangrante en el piso debatía sus ideas del bien y el mal, sin testigo ni juez alguno. Ya no habían planes a largo plazo, ni prioridades en la vida, sólo esa cada vez más latente idea que la vida había sido un cruel chiste.
Los ojos perdieron el fondo, las manos su color, el rostro su dolor.
No aquí. No junto a este auto.

tres minutos y veintitrés segundos..