5 de junio de 2011

El Mendigo

Llovía. Al medio día, tomó el libro por donde lo había dejado, y continuó leyendo:
- De la felicidad en conjunto no me fío. La euforia colectiva pareciera emanar una falsa verdad de una sospecha concreta, algo que se desinfla como una mala idea que nunca tomó forma. Todos están contigo cuando eres feliz. Más te vale decir que estás 'contento', pues pocos parecen - realmente - alegrarse por el otro. Que no les extrañe mi falta de términos; la felicidad tiene una sola palabra, elevada, distinguida pero etérea. Pero cuántas palabras existen para estar triste? Si hasta todo un estilo de música - el mismo 'blues' - nació de ese mismo sentimiento. Ningún sinónimo de 'felicidad' se conjuga tan fácil, como pasa con 'feliz'. 'Abundancia' tiene que ver con poseer. 'Paz' se transformó en el antónimo de 'guerra'. Y así pasa con un montón de ejemplos, 'placer', 'tranquilidad', 'bienestar', en fin.. a lo que voy es que la gente parece identificarse contigo sólo si estás triste. Nadie quiere escuchar qué tan feliz eres, ¿o sí? A juzgar por tu expresión, probablemente no me entiendas, pero no puedo explicarte algo que es el fruto de dedicadas horas de pensamiento dadas al asunto. Lo mejor que puedo hacer es plantar esa semilla de duda, y que tú hagas el resto. Después, podríamos conversar cuando estemos de acuerdo, o mejor.
De su última intervención se hicieron un total festín, distorsionándolo con satíricas comparaciones. Bebió en silencio la mitad de lo que le quedaba en el vaso. Con una grotesca risotada, Darío pasó del podio de la atención a debajo la tarima de la audiencia. En ese mismo griterío, sonríen y asienten a las opiniones que cada uno tenga, aún cuando contradigan a las propias. Se puso los guantes, con franca decepción cabizbaja. Siguió la corriente hasta esperar el punto más ruidoso de la conversación y salió cuando nadie lo notaba. Los conocía cuando no estaban en grupo, reconocía el cinismo entre líneas. Había visto, en otras oportunidades, cómo se habían necesitado sin respuesta, cómo se habían entretenido en otros asuntos cuando el otro padecía de atención. Vaya enfermedad. Los había visto buscarse en el más insignificante intento por distraerse. No era su afán el de apuntar y acribillar la aparente solidez de una amistad, sino destacar las relaciones humanas carentes de sustancia. Quizás para no caer en ellas nunca. La calle y sus faroles eran el pasillo por donde el eco de las voces perseguían a Darío. Ni siquiera doblar en la esquina acalló el entusiasmo frenético, ese que se desinflaría solo al desaparecer el alcohol en la sangre.
En la seguridad de su balcón, escuchó el constante ritmo de la lluvia golpear el pavimento con hipnótica violencia. Sintió la necesidad de prender uno de los cigarros que no fumaba. Prendió su placebo a la libertad, y - al confundir el mareo de un fumador primerizo con un repentino ataque de creatividad - se dejó llevar por la paz que viene tras esos raros momentos cuando eliges algo de verdad. Sea esto marcharse de una tediosa - socialmente obligatoria - reunión. Sea esto sentarse a mirar caer la lluvia. Se maravilló con los detalles de ver todo por primera vez. Con el frío que no te entumece, sino que te despierta del trance que llamas vivir. Eso fue lo que Darío, muy a su reticencia, llamaría 'un momento de felicidad'. Y La lluvia hizo el resto.
Después de leer esto último, el frío lo interrumpió. Se calaba entre los zapatos húmedos. El barro y el hambre seguían ahí cuando volvió en sí. Sin titubear, jaló las páginas que acababa de leer, las arrugó, y las metió en cada uno de los zapatos. Aislante que le daría, al menos, 2 horas de pies algo menos fríos.

La victoria personal es lo único que uno puede arriesgarse a intentar volver a encontrar, pensó.