20 de junio de 2013

Diariamente

Las personas cultivamos arrugas como las de los diarios. Al principio, nos doblamos en dos, y ese es el espacio que ocupamos. Después, ya no en dos, ni por una línea recta ni definida, sino que nos doblamos por ese conjunto de marcas que nos defina más, por esa marejada de surcos que son las cosas que nos han ido pasando. Nos achicamos, nos sacan jirones, nos enganchamos en las esquinas y nos rajamos como chaleco hilachento. Tenemos impresos los datos y eventos que consideramos relevantes y que nos negamos a dejar ir. Ya de un rato a otro, nos ven sentados, o también andando a fuerza del viento de la costumbre, o arrancando para no ser despedazados por la lluvia de turno. Ya cerca del final, cuando la textura pierde su consistencia y su retención, terminamos haciendo cualquier cosa, cosas que jamás nos hicieron prever que terminaríamos haciendo, como secando el piso, que se manchó de lágrimas, o envolviendo cosas muertas como ánforas, o risas.

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