5 de enero de 2014

Ascensor

Nos topábamos en el ascensor la mayoría de los días. Por mucho tiempo no quise hablarle porque es demasiado evidente la tensión que hace el silencio, y mucha gente se apresura en hablar, así que no quería que pensara que yo le hablaba por hablar. Durante varias semanas esperé pacientemente alguna oportunidad para saber de ella. Nos encontrábamos cerca de las 7:30am en la mañana al salir al trabajo, y rara vez fallábamos. Siempre impecablemente vestida, va con una actitud poco amistosa, hasta hostil, diría. Es esa misma actitud que adoptan quienes lidian con personas desagradables a diario, y han asimilado esa disposición magistralmente, una mezcla maravillosa de ser distante sin ser mal educada. Debe ser la persona más atractiva donde sea que vaya, y no puedo evitar pensar en cuán molestos deben ser estos patéticos intentos de abordarla y ser cortejada por el imbécil de turno. Al empezar a bajar, evitaba todo contacto con los espejos, que pudiese suponer un accidental contacto visual. A veces sentía que la compadecía. También en la tarde nos encontrábamos. Eso sí, su actitud era otra completamente distinta. Vi una vez mirarse despeinada y sonreír, como riéndose de ella misma. Cerca de las 8:45 pm, yo bajaba a comprar cosas para la once, aunque muchas veces no me hiciera falta nada. En ocasiones calculaba mal, y bajaba solo, y cuando venía de vuelta, ella se bajaba del ascensor al que yo me iba a subir. Me amargaba un rato, pero después al rato se me pasaba porque me ponía a hacer cosas. Dentro de todo, era un agrado tenerla de vecina, y topármela por accidente. Saber que estaba por ahí, y podían coincidir los horarios, y tener esos ratos, donde yo me la imaginaba honesta y graciosa, y amable y sin ser una exageración.

Creo que me gustaba por varias razones, pero al mismo tiempo, me gustaba por ninguna en particular. Habiendo conversado individualmente con algunas personas, se me dijo que me gustaba porque no podía tenerla. Que yo, sin haberlo querido, fantaseé con ella toda, llenando los vacíos con mi propia imaginación. Pero para serles franco, tengo pésima imaginación. Cuento las cosas tal como me sucedieron, porque no puedo escribir de otra cosa. No imaginé nada. Subiendo hacia número 7, tuve una breve epifanía y lo vi. Ella miraba su celular, y todo el pelo le caía sobre la mirada. Aproveché eso, y nos vi reflejados en el espejo tal como lo que éramos. Extraños. Unos transeúntes que coinciden diariamente en una circunstancia concreta: este ascensor. Admitiendo ese hecho, lo demás viene naturalmente.