22 de julio de 2013

Honesto

No tengo pretensiones de lograr algo. Cuando me enseñaron a escribir, me dijeron, apunta al efecto que quieras lograr, debes entretener, debes sorprender, debes nutrir al lector con vocabulario, y la verdad es que hoy vengo más honesto que nunca, no tengo efectos a los cuales apuntar porque unos se me mezclaron con otros, y lo que antes solo me enternecía, ahora me inquieta, y lo que me inquieta, ahora también me excita, y otras veces hay cosas que me pasan contigo que no tienen nombre, pero también me gustan. No entretengo tampoco, ni sorprendo, no tengo ritmo, y las palabras grandes se me quedaron en otra página. Tengo, eso sí, y solo a ratos, cierta lucidez, que otros llaman inspiración, yo creo tener lucidez y poca vergüenza, cuando hablamos de querernos, yo te respondo que tu forma de quererme es la única forma que me sirve, que no te disculpes por nada, y tú encontraste que eso lo pudiste haber leído en un poema, y yo inflo el pecho, y después de un rato también me desanimo porque se me ocurren esas cosas solo en esos momentos, y podrían ser bonitas para un poema, aunque tarde, mal y nunca los escribo, pero ese sería tuyo, tendría tu nombre, o saldrías entre las líneas, y si eres aún más tímida, te escondo en una letra, o en un punto y coma, que tanto te gustan. Y en vez de eso, en vez de palabras grandes, de literatura que apunta a un efecto claro, en vez de elaboradas y pretenciosas metáforas, tengo la más simple repetición de un ‘te amo’ al oído, y lo alterno con un beso en la mejilla, como queriendo que cada palabra la aprendas y la aprehendas, y se quede ahí en tu piel para siempre, para siempre, para siempre, para siempre, para siempre…

18 de julio de 2013

Cojear sin dolor

Después de haber puesto un solo pie fuera del edificio, me dio ataque de risa. No era que no necesitaba el trabajo, pero las preguntas de la prueba psicométrica eran tan ridículas que yo no podía ser menos, necesitaba estar a la altura de la ridiculez. Obvio, comenzando por las más sencillas, siempre cuidándome de no caer en la tentación de poner algo psicotrópicamente inapropiado, como que el dinero es una ficción, la lealtad subjetiva, y lo que hace esta empresa por el mundo una mierda. Terminé cagándome de la risa afuera. "Mi mayor problema es - creer que no tengo problemas", puse al final, casi sin ideas o ganas de seguir cooperando.

Como de costumbre, o por falta de costumbre, podría decirse, hice esa pausa para fumarme el cigarro imaginario. Ese que cada cierto tiempo me aísla, a tomar aire, y hacerlo solo si nadie me acompaña. Si estoy encerrado, salgo. Si voy saliendo, lo camino. Acá es la solución, para lapidar ese pésimo intento laboral. Bendito cigarro imaginario, eres como el ejercicio de un hábito truncado. Como el pie que pica después de amputado. Caminé lo que me duró el cigarro. Y llegué a Salvador a la hora.

Me busqué la ruta con más gente, y a esa hora de la tarde, cualquiera sirve, cuando todas las oficinas salen a conocer al día. Tenía llamadas perdidas en el celular, que en el fondo, eran para pedirme respuestas que no tengo. Caminar así, me recuerda como caminan las hormigas hacia su hormiguero. Nosotros, claro, sin antenas, tenemos el contacto visual. Eso que casi no alcanza a llamarse instante te bastó para jurar entera la vida del otro. Se ve, primero, quién durmió poco, quién se quedó dormido. Quién llora poco. Quién llora seguido. Otras veces hay unas caras con las que sospechas una relación. Al rato se va. No Nos Supimos Amar, le digo sin que me oiga. Me despido, pero en el fondo, fue como un saludo: hormigas en un hormiguero, que caminando en direcciones opuestas, nos contamos qué hay más adelante, y qué hay más atrás.

A veces creo que el verdadero viaje en el tiempo es ese que ocurre cuando retomas algo que habías dejado pendiente. Releer en lo que tienes en el bolsillo, o pasar por una esquina donde siempre prometiste besar. Ese viaje, por lo general, es una mierda. Arrugué el papelito, y antes de pillar un basurero, me suena el celular. 

- ¿Cómo te fue?
- Mal, creo yo. Habían dos etapas, la primera era la prueba sicométrica, si pasabas esa, pasabas a la segunda.
- ¿Y cómo te fue en la segunda?
- No la hice.
- Ya, y ¿cómo lo vas a hacer con las cuentas?
- Ahí veré. Hablaré con el Tomás, siempre me pilla algo.
- Ese hueón siempre te deja botao, y la vez pasada se demoró como tres semanas en pagarte.
- Sí, bueno... Mira, me voy subiendo a la micro, hablamos llegando.
- Bueno, vale, chau.

Después de todo, pensándolo bien, es un recurso bastante pobre para ser un viaje en el tiempo. Pero si el estímulo es justo y apropiadamente poderoso, te puede catapultar. Las canciones, los notas en el espejo, la forma de besar, el olor a pasto. "Micro de mierda, por qué se demora tanto.." Hago la espera anónima, ritual del paradero, donde nos miramos como si no tuviéramos nada que ver, pero no encuentro nada más impersonalmente íntimo que compartir el camino a casa. Porque después de un rato, ya estamos sentados, y es como subirse a otro tipo de arteria, dentro de la misma colonia, donde en un sentido se avanza, y en el otro, también. Los pasajeros ya no usamos el contacto visual sino que lo evitamos, y casi pareciera que se acabaran los puntos donde posar la vista porque vamos todos esquivándonos. De repente es mejor no mirar a nadie, no conocer a nadie, no reconocer a nadie. Mirar el piso, mirar el cielo, mirar el taco. No mirar nada. Cerrarlos y cerrarse. "Creo que perdí el número del Tomás..." Por las mil re putas, estos son los problemas minúsculos de una sola hormiga dentro de todo el hormiguero, y por qué cresta uno tiene que ser hormiga, y no ser el hormiguero entero. Ser un planeta. Tener preocupaciones de espacio-tiempo a nivel galaxia, del universo que se expande. Y los adolescentes planetas compiten comparándose, quién tiene la órbita más amplia, quién tiene más lunas, quién fue avistado primero, quién tiene más mitología a su haber. Y esos serían los problemas de los planetas, a no ser que venga un psicólogo del macrocosmos y me corrija. En vez de eso, nos afligen otras cosas, e inventamos recursos como cigarros imaginarios, porque somos muy cobardes para bancarnos el cáncer, o enamorarnos yendo de transeúnte para así intentar maquillar una carencia más profunda, esa de sufrir por compartir lo que no se quiere compartir, que bien ambos sabemos que duele. Son recursos pobres, otro más, que usamos para mirar a otro lado, mirar otra cosa que no sea la herida, o rascarse donde no pica. Una vez escuché que hay que usar la muleta bajo el brazo del mismo lado del pie herido, y cojear sólo si duele porque cojear sin dolor puede fosilizar el hábito, y luego justificarlo con dolor real. Quizás llevo la muleta bajo el brazo equivocado, y cojeo sin dolor, y por eso miro los problemas de los planetas, o los de las hormigas. Cosa de proporciones, protesto, pero el punto es el mismo.

Me desperté junto a la ventana, y saqué el brazo para sentir la brisa. Con ella, llega una chinita. Curiosa criatura que es nombrada localmente. Mariquita, también le dicen, pero no acá. Llega de la nada a desarmar mi completa alegoría de hormigas. Soy incapaz de mandarla a volar por donde vino, o matarla, porque no tiene culpa de haber caído acá. A diferencia de este insecto que miro muy de cerca, los hombres, y las hormigas solo caminamos por lo que llamamos piso. Puedes hacerla caminar por una hoja de papel, doblarla y hacer tocar un extremo con el otro, y no sabrá dónde dio la vuelta. Algo parecido le pasó a Cristóbal Colón. Estamos todos, en cierta medida, dando vueltas, caminando en círculo. Voy girando mi mano, este pequeño parece intuir dónde es arriba, y pacientemente le facilito el camino hasta donde quiera llegar. Terminamos reconociéndonos, yo mirando sus detalles, y él esperando unos segundos en la punta de mi dedo índice. Parecía disfrutar la panorámica y evaluar sus opciones. Tú no caminas en círculos, ah? Chasqueó las alas, y voló. Bueno, hay excepciones.