16 de mayo de 2012

Gratistud

"Se ven felices. Están irradiando felicidad!", dijo el músico en la pausa entre canciones, el más vivo de toda la micro. Al final, le llovieron las monedas, de 100, 500, y hasta billetes se vieron. El gesto monetario podría comprar la felicidad que les hicieron notar que estaba perdida. Y si ser feliz no vuelve con una moneda, podía comprarse la verguenza por no estarlo.

11 de mayo de 2012

El asiento que dejé

En la micro se sentó al lado mío un peruano. Hablando muy bajo, me preguntó que si sabía de contratos, imposiciones y sueldo base, mostrándome unos papeles que sacó de su cuaderno. Venía de firmar para un trabajo, y le habían dicho 280, pero sueldo base decía 240 y fracción. Ahí le dije que le habían sumado 15 y 15 más para transporte y colación, como decía ahí, y le apunté la letra chica. 'Ayudante adelantado en electricidad', decía el papel. Me preguntó que qué hacía, yo le pregunté lo mismo. Así me enteré que sabía de todo un poco, y que venía de todas partes. Había hecho un poco de instalación eléctrica, techumbres, y cañerias. Venía del norte, venía de las minas. Allá tenía un conocido, que le iba bien. Acá se iba a quedar un rato. "Contrato hasta Junio", me mostraba de nuevo. Ahora estaba en la construcción. Yo enseñaba Inglés, como le dije. 

Luego se soltó de esa precaución de no hablar mucho, porque así es como pregunta el extranjero donde muchas veces no se siente bienvenido, donde piensa ojalá no estar molestando, pero como vio que no era así pasamos a hablar con confianza sobre cuánto ganaba un profe acá en Chile. Después de todo, él ya me había mostrado su contrato y su sueldo, y lo correcto sería no sentirse ofendido porque me preguntaba cuánto se gana. Conversamos de números, y de que si pretendía irme a enseñar a un colegio estatal o a uno particular después. Conversamos con quien vivía. Yo aquí aún con mis viejos. El solo acá, y desde hace 5 años en Chile. Aunque convivió con alguien 4 años. Ella, peruana también, era mayor. Pero esa relación se acabó por su culpa, me confesó. Antes de empezar a contarme, me preguntó si le llamaban 'chupones' acá en Chile, haciendo gestos en su pecho y su cuello. Sonreí porque intuí para donde iba la historia. Que un día, ella sospechó, y de la nada, con las manos, como garras, le bajó el pólar desde el cuello, y le vio toda la evidencia ahí. Las mujeres saben. Y bueno, después de eso, me aceptó, me dijo. Pero siempre con otra idea. Con la de la venganza. Exacto, me dijo. 

Le respondí la cuota de confianza con una historia similar. De cómo alguien una vez me cagó, y cómo fue que supe, y cómo fue que pasó. Vagamente le conté, vagamente me entendió, pero por un rato compartimos esa misma rara sensación de haber perdido, y de saber que habíamos estado ahí mismo. Me contaba que estuvo mal. Salía sin nada que hacer, y andaba llorando por ahí. Solo y en un país extranjero. En el fondo se arrepentía, me imagino, de haber llegado a su casa con chupones. 'Concha de tu madre!', le dijo esa vez. Lo mismo decimos acá, pensé. Salvo por los chupones, su historia se parecía mucho a la mía.

Me bajé y no le pregunté ni el nombre. Un 'cuídate y suerte, nos vemos', entre gestos y a la rápida, como mucho. Me quedaba otra micro aún para la casa. Andaba con Galeano en la mochila, y Portavoz en los audífonos. Habrá aún gente que preferiría no sentarse en el asiento que dejé? "Racismo idiota a nuestra gente vuelve loca", escuchaba. Le gritarán "indio como si fueran delitos sus rasgos de indígena"? El era el testimonio de un pueblo vencido, sí, donde aún algunos, forzados, trabajan en las minas. Pero también era testimonio del otro lado de la historia, de la no oficial. De la que se cuenta en plazoletas y paraderos. En esta historia, los protagonistas son los de siempre, son los que viajamos apretados, y que por el reducido espacio, compartimos historias para apurar el viaje. Somos todos: los sin nombre.

5 de mayo de 2012

Contacto Visual

Y cuando se miraron, sus ojos se revelaron tal como lo hacen dos espejos que se enfrentan entre sí, creando un amplio -pero intangible- espacio en el cual se encontraron dos mundos en una realidad atemporal. Allí, ciudadanos de la vieja Italia echaban un vistazo a la velocidad de la modernidad y la televisión. Estaban quienes sufrieron las guerras, y ellos fueron los más escépticos, pues no pensaban que los sistemas podridos y las injusticias vivirían por mucho tiempo más, y ahí las vieron. Cupo incluso hasta la deliciosa posibilidad donde nietos se reunían con queridos antepasados que nunca conocieron. Se consolaban y se daban palabras de aliento. Todo lo que alguna vez vio el viejo habitaba de alguna forma en lo acuoso de sus ojos. Asimismo, todo lo que estaba destinado a ser visto por el niño, vivía en la parte posterior de sus inquietos ojos. Con la fugacidad que esto sucedió, aún si hubiese habido alguien para verlo, dudosamente habrían visto cómo los vidriosas pupilas del anciano hablaron con el pequeño, y conversaron sobre las tragedias pasadas y futuras, de las victorias del hombre, de sus conquistas, y de sus vergüenzas, atrocidades, y retrocesos. Fue como que la misma humanidad se hubiese mirado a los ojos, y se conociera -confesara y perdonara- a sí misma a través de las generaciones de los que vienen, y de los que se van.

Empezaban a caer las gotas de la primera lluvia de otoño, que terminaba con las tardes en la plaza. Los adultos ayudaban a los ancianos a emprender la marcha, y las madres hacían el llamado que indicaba que era hora de entrarse. Mañana había que trabajar.