7 de mayo de 2013

Así

Con la misma naturalidad con la que la mano que lleva el dedo que lleva al lente, que lo empuja y lo hace trepar por el tabique, así. Con la misma ilusión con la que se apela a una promesa que a todas luces no se va a cumplir, tal cual. Con la misma honestidad con la que se escribe en prosa algo que se pensó en verso, similar. Con el mismo llanto silencioso con el que intentas arrimarte a una enumeración caótica en la que no tienes cabida, así. Y de la misma forma en que no podemos saber porqué hacemos trepar por el tabique unos lentes cuando no los tenemos puestos, ni cómo dejar de esperar una promesa, ni cómo evitar escribir en prosa, ni cómo dejar de intentar arrimarse a la letra ajena, podemos ver que hay gestos que se fosilizan. Así también la pena.

6 de mayo de 2013

Miedo a la pálida

Mientras gente pasaba en el fondo, vi los ojos apenas abiertos de Claudio, explicándome cómo lo hizo:
"Yo pensé, primero que todo, tiene una tranca con el asunto. No va a querer hacerlo, por un motivo equis, y no lo va a disfrutar. Cómo? No, si fue algo que le pasó al tío... por eso es que le tiene la cruz hecha. Nunca una experiencia personal. "No, nunca", negando efusivamente, dijo Claudio cuando le pregunté que si le había pasado algo antes. "Y claro, ahora que me conoce más, y resulta que fumo, es un tema a discutir de ahora en adelante. Entonces, pensé, lo que haré será llevarlo al parque, prendemos uno ahí, y lo llevo a pasear. Caminamos, y conversamos tranquilos. No, si al final eso de hacerlo con mucha gente alrededor, y la agitación, y los estímulos, visuales, sonoros, o mentales, etc., te agotan. Se hace desagradable no poder terminar lo que se conversa, y viene otra cosa, y pasa encima de lo que hablamos, y después otra cosa. Y así. En cambio, ir en confianza al parque, y hablar simplemente, porque es así que yo lo experimento. O así me hubiese gustado hacerlo, y que alguien se diera ese trabajo. Porque todo lo demás, es opcional. Lo que se queda, es lo que conversaste, lo mucho que te conectaste con quien tienes al frente. Eso es 'lo medular', como diría el Javier. Ahora en realidad, si de verdad sirvió de algo, ni idea. O sea, es igual de probable que confirme su rechazo como que lo revierta. Habrá que verlo".

4 de mayo de 2013

Mirar

El mejor lugar es ir de pie, al lado de la ventana. Llega el viento, y si voy muy ahogado saco la cabeza, no más. Y estando de pie, se ve quién se sube, quién se baja, y lo demás. Así, si afuera nada me entretiene, me voy mirando a las personas que entran. Voy bien cansado, a decir verdad, pero el espectáculo lo vale. Aparte, ir de pie al lado de la ventana, aún siendo el mejor lugar, goza de una amnistía implícita que te libera de la responsabilidad de dar el lugar. Y solo así, voy libre de culpa hasta mi casa.

A mitad de camino, el bullicio es evidente. De golpe se subieron las mamás con sus críos, chicos, grandes, y en brazos. También las señoras que miran por encima de los hombros de los que van delante, haciendo el guiño para ver quién va a hacerse el famoso, y le cede el asiento. Las señoras con bolsas, los niños con las rodillas sucias, y los audífonos puestos y las miradas perdidas. De la nada, me acordé de quien le escuché que jamás le podría gustar andar en transporte público. La verdad, no lo culpo. Hasta yo mismo de vez en cuando me saturo. La gente se agolpa, se olvida de cooperar, se empuja, se insulta. Se olvida del real enemigo. Pero también la micro tiene sus bondades. Y cada vez me digo 'el mundo funciona' cuando los jóvenes se paran, y las viejas se sientan. Todos, aunque muy juntos, van en mundos aparte, solo un accidental codazo hace cruzar disculpas, breves miradas que se encuentran. Más largas son las miradas entre madre e hijo, que lo mira jugar, lo llueve a besar, como si fuera el primero, o el último, sabemos que la intensidad es la misma. Los adolescentes se abrazan, sin importar el calor, no saben cómo estar más uno dentro del otro. Empiezan a correr los helados. Suenan las chauchas. Se sube una guitarra, que viene a buscar sus propias chauchas. Anda con sus propios niños. Son dos. No debe ser de Santiago, pienso. Desde afuera, la guitarra había visto un espacio donde instalarse. Empieza a rasguear un vals.

Hace tres redondas canciones. Una para Temuco, una para Chillan, y la última para Santiago. Me lo imagino en otro lugar, imaginando cómo hacernos imaginar a nosotros, los sin imaginación. Cabeceando contra el vidrio en realidad rogamos por canciones que hablen de lo justo, que en el fondo son como una pieza hecha a la medida, que calza en medio de las fibras de muchos de nosotros, que crecimos o vimos crecer a otros con memorias sobre el pan con chicharrones, bazares de barrio y la vida en el campo. Vidas donde la pobreza no era un índice, sino sinónimo de mesura. De las tres canciones, solo logré retener una, la cual busqué, y aquí la incluyo.

Hay una comadre que le debe, un poco, al almacenero,
que tiene anotados los diez mil pedidos en algún cuaderno
y cada mañana me despierta el pito del viejo lechero,
que hace veinte siglos, con su agudo trino, me saca del sueño.
Aquí vive toda la gente que mueve este mundo enorme.
Aquí está el cartero, el suplementero y el de los camiones.
Viven los micreros, viven los taxistas, viven los campeones,
y donde yo quiero viven los obreros de las construcciones.
Viven las muchachas que tejen la tela con la que te vistes.
Viven los milagros, los que hacen posible todo lo que existe.
Sin mi viejo barrio este mundo loco ya no giraría
por el universo en busca de un sueño, todo fantasía.
Es mi barrio pobre pero yo lo quiero porque es todo mío,
con su escuela chica, con su niño solo, con sus tres vecinos,
esos que me cuentan cosas muy hermosas de los tiempos idos,
Es mi barrio pobre, pero lo respeto porque es donde vivo.
Los niños se ven acostumbrados a las canciones. O a su viejo cantándolas. Hablan una y otra vez de la infancia que siempre vuelve a cada canción. Con las monedas que junta, le compra una botella de agua a un vendedor que se había subido, y de la botella toman los tres. Los que más toman los dos más chicos. Uno no quiere tomar. Hidrátate, les dice su viejo. Se habían estado empujando, ahora se abrazan. El viejo, puta que se ven lindos, déjenme sacarles una foto, ya po, quédense ahí. Se abrazan una vez al mes, tengo que sacarles una foto. Ya, no pongan cara de hueones. Listo.

2 de mayo de 2013

Consejo

Amigo, no se ofenda. Yo también he caminado de la mano, y sé que las miradas andan por ahí, por poco que me guste. Qué inseguridad la suya, debería sentirse contento, primero por ella, segundo por usted mismo. Y ojo que digo 'contento', y no 'halagado' porque el mérito no es suyo. No sea patúo. Piense que los demás ven la cáscara, pero es usted quien tiene la fortuna de ver cómo esa hermosa cáscara de ser humano se revela. Lo cierto es que cualquiera puede animarla, si lo de ella son los piropos o lo es una rápida mirada de inequívoca atracción silenciosa, y cualquiera puede mirarla, basta tener ojos, pero lo importante es que, por sobre todas las cosas, usted sepa acompañarla.