31 de enero de 2012

Simpática pedantería ebria

Lo diré antes de que me duerma.

No quiero hablar de lo que tengo a mi alrededor porque lo que yo tengo tú también lo tienes. Todo lo que veo no es más que mi interpretación de lo que tú ya viste. En vez de eso, quiero escuchar la tuya, tu versión de las cosas. Hasta cierto momento, me nutriré de las historias que me cuentas, de los libros que cuentas lees, de las historias que dices que escuchaste, o viste. Te las creeré, si con eso quedas contento. Yo rescato mi versión de ti, la que, casualmente, siempre suele ser altamente valorada. Pondré a un lado la pedantería con la que posiblemente te expreses, y daré cuenta de lo que me quieres decir. Que más allá de tu historia, necesitas decir más de lo que realmente cuentas. Sé que es posible que te gusten cosas que yo no entienda, o cosas que quizás no comparta. Sé que tenemos algo en común, casi tan seguro como que tu nombre comienza con una letra del mismo abecedario que yo conozco. Casi tan seguro como que tienes los mismos miedos que yo. Tu historia no es menos interesante que la podría contarte yo. Los paisajes que has visto, los increíbles paisajes que viste, sé que son inimaginables, que son indescriptibles, que están más allá del alcance de las palabras que conocemos, que en tu ebrio hablar, las palabras te evaden. No te preocupes, estoy atento. Quizás en lo único que fallo es que la sensación que me da saber de tu saber me pone contento --quizás según tú, al tanto-- no te la hago saber. Me gusta tu ritmo, tu rima, tus metáforas y anáforas. Tu forma de expresarte, que expresa tu barrio, tu cuna, tu trabajo, tu ambiente, y tu rutina.

Esperaré atento mi turno para hacer mi observación. Si no me duermo.

17 de enero de 2012

Abeja

Sobre la calle, al sol, y mareada, se agitaba la abeja. De seguro fallecía contra el cemento caliente. Hice la pausa, pensé, levantarla y arrojarla a un ante jardín, con la esperanza de que el calor no fundiera sus alas. Aún derrotada, y al borde de la extinción, supe que era capaz de sacrificar lanceta, vientre y entrañas, para atacar - incluso a aquel que estuviese dispuesto a ayudarla.

No sé qué gesto fue más propiamente humano, el de ella, o haberla ignorado insensiblemente.