28 de septiembre de 2009

a Cómplice Velo del Parque

Te vestías suave, tu pelo mentirosamente precioso, y tu inigualable sonrisa. Tus ojos impecables, y el delicado vaivén de tu cabello al viento que hacía de velo al reino de fragancias prometidas que escondes en tu cuello... y para evitar tropezar, me fijo en el camino. Muy probable, es que tropiece igual.

La pausa de la tarde era consenso. Como el puntual regreso a casa, cuando cumpliese la hora, y cómo el atardecer hacía rojas peripecias en los últimos rayos de sol, para dar luz a este último momento.

- Estamos condenados.
- Por?
- Porque lo acabo de mencionar.
- O sea, de no haberlo dicho... podríamos haber ignorado el hecho.. ?
- Exacto.

La bondad de confesarse ante las anónimas miradas de los demás, en medio de risas, pasteles, mantos, cucharas, y de los triciclos rondando tiene un coraje especial, que nos advierte a no atreverse, pues anónimos somos todos, y de fallar aquí, me hará temer por las ocasiones venideras, donde siempre soy un punto imaginario dentro del inapelable anonimato. Como hoy.

Nos balanceamos con el mismo poco entusiasmo, y dibujamos tímidamente en la tierra mundos paralelos con la punta de nuestros pies. Culposas formas de mundo, yo con mi zurda en mi porción, tú con tu diestra en la tuya, que al terminar de dibujar, hicimos presentarse uno al otro. Miramos este cuadro a nuestros pies, pero yo, como siempre, te miraba con el rabillo del ojo. Yo hice las manzanas, tú hiciste la gravedad. Yo los puntos, tú las ies. Tú hiciste el departamento, y yo hice que el sol le diera en la tarde. Tú las anécdotas, y yo la inevitablemente sugerente mirada al escuchar. Y ante esta maravilla de encontrar vida al otro lado de la zapatilla, de dos mundos perfectamente compatibles, te vi sonreír.

Trecientos ochenta y un pasos antes, y yo estaría despertando quizás en otro lugar. Nos despedimos con el más inexistente de los besos, bajo la mentira más sincera, pues en esa zona tuya donde los demás sospechan o especulan, yo tengo sólo certezas.

En algún punto de la tarde, todos se habían marchado. Los restos y fantasmas son las huellas de varios episodios familiares que se escribieron y se vivieron en ese parque. El balanceo de los columpios en los que estábamos continuaba, serenamente nos complacía, pero el movimiento se atenuaba. Esa mirada tuya es el preludio, en donde nos ponemos torpes, la conversación divaga, y tus manos parecen pasear, como si quisieran toparse con las mías. La fuerza de mis propios latidos me agitaban, la certidumbre de la espera, de aguantarse, de hacerse esperar. Y en el agónico segundo último, 'Estoy despertando...', te confesé. Con la valentía que nos domina al ver todo desaparecer, con ese onírico coraje único, tomamos iniciativa. Ahora sin excusas, me acerqué, reino de fragancias prometidas, imprimí mi fuerza en tus labios, y me dejé arrastrar por tu calidez tan-bien contenida. Nos mantuvimos cuánto pudimos. Precisamente en esto comencé a perder los sentidos, era mi horrenda transición a lo real. Tus rodillas dejaron esa agitación nerviosa, y luego dejaron de estar ahí, sentadas frente a las mías. Tus manos, sin dejar de entrelazarse con las mías, y en el desespero a la irremediable separación, sujetaron con fuerza, justo antes de desaparecer. El placer de lo tangible desvanecía. La humedad de tu boca me susurró justo lo que necesitaba oír. Antes de caer de golpe, procuré recordar tus ojos y esa expresión de irrevocable tristeza, para arrebatártela, y cargar con todo yo... como último favor.

Me expreso en puntos aparte, lo sé. Pero siempre, muy de vez en cuando, irás escuchando de las mismas frazadas que quieres escuchar, los mismos pasos, los mismos secretos que resulten familiares, las mismas bancas, los silencios, el rubor, el roce, y de la posibilidad infinita de algo que no ha ocurrido.

Estas sábanas, confundido, y mi mente rastreaba el camino, o si acaso habrás soñado lo mismo que yo.

Aún esencialmente enamorado de algo que no existe para mí.

5 de septiembre de 2009

De sueño en sueño

Un silencio jurado y respetado. Las mantas y frazadas les tapaban de la oscuridad ahí. Un jugueteo de analizar lo innecesario. Sin tocarse. Aplazándose uno al otro. Haciéndose esperar. No por orgullo, no por capricho. Por el afán de hacerse esperar. Miraban más allá, con la honestidad que trasciende, llegaban al fondo vacío, donde no existe el color, donde la ciencia había fallado al intentar colocar nombre, ese punto visible para pocos donde la imagen se traduce en recuerdo implacable. Cada uno se sumergía en el iris del otro, y con visible entusiasmo, comenzaban a relucir sus verdades, sus aciertos, sus ciertos, y no tan ciertos. Sin prisa, irían de lo básico; de niñez, de juegos, de inviernos, de pan tostado. De miedo, de encanto, de pereza. Por satisfacciones, ilusiones, y trampas. Por engaños, llantos, y lágrima. Al cielo, al parque, y al silencio. Hasta el fuego, el tiempo, y la espera. La noche, la respiración, y los gestos. El roce, el titubeo, y la cercanía. La oscuridad, la calidez, y esas frazadas.. un salto a lo eterno, tropezar con las palabras, y caer en ese medio metro donde se debatía la vida y la muerte, de ese mismo momento. El rubor escandaloso, el deseo febril, y la falta de palabras. 'Hoy no tengo palabras'.

Era el camino a casa. Y ahora se veía saltando y esquivando pozas y trozos de ayer. Ambas, pozas y trozos, traídos por la lluvia de anoche. Era un desfile de eventos aparentemente insignificantes. Ya tiempo después lo pensó, pero el subconciente es una cosa curiosísima. Una señora reía y luchaba con un paraguas defectuoso. En la pausa del semáforo, eran dos sueldos mínimos, un cáncer a los pulmones, un potencial Alzheimer, un portador y futura portadora, ambos de la mano, y todos ellos, esperando la luz verde. Por encima de un hombro, vió un pájaro conversarle sobre las facilidades de volar. Acicaló su ala antes de emprender, 'Vuela!', le miró en un extraño acento, que sólo comparten las aves citadinas. Había dado el verde, y siguió. Un tanto lento, y casi sin reacción, siguió el ave con la mirada, y su rostro se mantuvo enfrentando al cielo, más que nada, esperando una gota. Nada, aunque todo sí se mojaba alrededor, ni una sola gota parecía dispuesta a dar con él. En la desesperación de no estar entendiendo, decidió cansarse en la tarea de conectar ideas. Bajo la convicción de que hasta en las más bizarras realidades existe un ocioso titiritero dispuesto a dibujarte con migajas de pan el camino a casa. Pero que al perder ese camino, esa migaja, sabes que no hay más oportunidades. La ayuda es sutil, pero de no apreciarla, se vería en el más oscuro de los callejones a recorrer. La inequívoca sensación de perderse en una multitud. Intentó recuperar el ritmo, tratando de averiguar qué es lo que esta escena tenía para él. Pensó en el paraguas defectuoso, en la luz verde, en volar, en la lluvia invisible, en la vuelta a casa, en las distancias. Comenzó a contar los pasos, a ver si en cada tramo había algún número escondido que resultase revelador. Sumó las edades de la gente que se topaba. Contó y separó por categoría cuanto detalle podría identificarse. Abrió los ojos, sumó y restó, y así se despegó inevitablemente de lo cierto, y se equivocó, un sin número de veces, en un torbellino de números paralelamente insignificantes, con el vertiginoso miedo a perderse. (...) Justo antes de que el cansancio se hiciera definitivo, en la espera de algún otro semáforo, frente a la otra calle, habían diez policías, dos eran mujeres, y un calvo, y entre ellos, la notó. Ahora distraída, como buscando algo, murmuraba números. Verla ahí fue el vínculo entre recuerdo y recuerdo. De un íntimo deseo febril, a un perfecto desinterés casual. Llevaba en la mano izquierda las decenas, y en la derecha las centenas. Y al pasar junto a ella, escuchó que sumaba el paso trecientos ochenta y uno.

Este precisamente había sido el sueño. Parte de todo esto nunca ocurrió, y nadie tenía porqué acordarse, ni mucho menos entenderlo. Era un silencio jurado y respetado.

Limitado

Hoy no tengo las palabras.
Sólo tenía éstas.
.
.
Sólo estas palabras.
.
Hoy no.