8 de octubre de 2013

Ni una madrugada más

Estaban sentados sobre la cama desecha. Ella se había vestido, y ahora abrazaba su abrigo, y esperaba con la cabeza gacha. Minutos antes, él la detuvo antes de que se fuera, Detente, le dijo, y ella, quizás por costumbre, quizás por curiosidad, se quedó a escuchar lo que él tenía que decir. Ella sabía que eran un desastre, y vivía con esa fatalidad asumida, Esta podría ser la última vez, se lo decía a sí misma. Ahora, él estaba sentado a la izquierda de ella. Sólo tenía la ropa interior puesta, y sobre el muslo llevaba la guitarra. No tocaba ninguna canción, solo se movía entre los pocos acordes que recordaba, mientras lentamente arpegiaba algo que siempre sonaba a canción. Esto lo ayudaba a pensar durante las discusiones tensas, un ejercicio que ella aprendió a tolerar. Ambos sentados en la cama, sin mirarse, estaban separados por una pequeña distancia, donde cabía, para hacerse la idea, una mano o una frase. Dejando de tocar, y mirando largo rato las clavijas, comenzó a hablar.

-        - No sé cómo decir esto. Es posible que me dé un par de vueltas antes de llegar al asunto, así que me disculpo por eso. Camila, ya no me haces bien. Necesito tenerte, pero después de estos ratos así, ya no voy campante por la vida. Ya no tengo ese entusiasmo avasallador de reírme de todo. Si logro hacerte reír, ya no río contigo. Sonrío, con suerte. Pero no necesito decirte eso, porque ya lo habías notado. Tú también sabes algunas cosas mías. Sabes que no soy del tipo de gente que anda con la ‘coraza’, ni de guardarme las cosas. Para mí no tiene sentido esto si no puedo abrirme contigo, si no puedo ser vulnerable. Y eso me duele. Que ya no puedo confiar en ti. No te creo. Quisiera creerte, pero ya no me sale. Intento alinear tus gestos de tal forma que me convenga, pero ya son muchas fallas, muchas equivocaciones que se han ido sumando. Tú te has equivocado conmigo. Yo puedo estar aquí siempre para ti, expuesto, tal como me ves ahora—dijo haciendo a un lado la guitarra—pero incluso así hay cosas que hasta yo sé que toleré de más. Abusaste. Y siempre que te viste acorralada, no dijiste nada. Ese puto silencio diplomático, que aun no entiendo. Sé que no tienes las respuestas para lo que te pido, pero protegerme de la verdad no es otra cosa que aislarme. Yo te hablaba de ‘táctica y estrategia’, y tú me mirabas… puta yo sé cómo me mirabas, tan equivocado no puedo estar. Pero siempre en mi locura chocábamos con la misma pared, Me querrá más a mí? Aunque no tuvieras cosas buenas que confesar, yo te las habría aceptado. Sólo quería saber si estabas dispuesta a ser temerariamente honesta. Que aunque el panorama prometiera ser una verdadera mierda, me querías a mí ahí contigo…

Desde el bolsillo de su abrigo, el celular volvió a la vida. Vibró una, dos y tres veces. Tres largas veces. La vibración reinó incuestionablemente la habitación. La conversación habitual siempre era más menos No vas a contestar? No. Y ahí quedaba todo. Esta vez no la hicieron. Así que, se quedaron callados mirando la pared esperando que el celular se callara. Siempre lo hacía. Cuando lo hizo, Nicolás volvió a tocar la guitarra, muy suavemente, las notas ni sonaban. En el mismo gesto que alejaba la mirada aún más de ella, reclinó la cabeza para oír las cuerdas vibrar. Nicolás había perdido el hilo, ella lo sabía.

-          - Lo peor de todo es que no sé cuándo pasó—siguió hablando, como si hablara para sí mismo—yo creo que después me diré que dije adiós cuando no me pasaste la sal, cuando me negaste un beso, cuando me apretaste la mano contra la reja. Diré que me perdiste en el más insignificante de los descuidos domésticos. Diré que me perdiste en ese gesto, y en mi mundo tendrás la culpa de todo porque yo siempre caigo de pie— y mirándola a los ojos, continuó—mirarás desde la otra vereda las lejanas metáforas, y no reconocerás ninguna. Se escucharán canciones, pero no entenderás la letra. Y ya no seré tu cómplice, ni ahora, ni durante ninguna madrugada más.


Una vez dicho esto, y como si estuviera esperando su turno para intervenir, el celular volvió a vibrar. Vibró una y dos veces. A la tercera, Aló?, dijo ella, mientras salía rápidamente de la habitación. Nicolás la vio salir para siempre, Para siempre, repitió, dejando la guitarra sobre el piso.

2 de octubre de 2013

De la libreta

Queda poco sol. Queda un tiempo para que llegue mi bus. Se va otro más, éste lo tuve que dejar pasar. Quedo yo feliz, contento, y solo en el terminal. Tengo un rato. 'Rato muerto', mal le llaman algunos. Yo nunca me había sentido más vivo. Este es el rato. El único rato que vale, ese que sucede entre una cosa y la siguiente. Entre espera y mi bus de las 19:35. Tengo un pie sobre mi bolso, y escribo sobre eso. Tengo el bolso lleno de ropa sucia, porque la ropa se ensucia, y me voy en bus porque la ropa sucia se lava en casa. Todo esto me parece divertido y fome al mismo tiempo, pero lógico y natural, como escribir sin preguntármelo, como contar con honestidad lo que me pasa, sin ninguna pretención, ni de ser interesante, ni relevante, ni estético, ni correcto, ni equilibrado, ni sensato. Podría escribir de amor, o de la locura, o del área gris entre las dos anteriores, podría recitarles las verdades que vale la pena saber, que por cierto no son tantas como algunos pretenden hacer creer, pero en vez de eso, hoy escribo desde la pura gana de escribir, de echar a rodar la tinta sobre el papel por deporte sano de hacer durar este ratito y vestirlo de gala. Tengo ese entusiasmo que tiene cualquiera por recordar un momento, y hacerlo pa' siempre, pero pude sacarme el pudor de tropezarme con las letras, o sonar tonto, o derechamente serlo. Y hablo de algunas cosas, y dejo otras para después, porque hablo libremente y, en esa libertad, hay que apurarse en decir algunas cosas, mientras dure esta lucidez de atardecida. Serles francos, por ejemplo. Hoy no me visto de narrador. Tengo ese nombre que me pusieron al nacer, y por el que me conocen los que me conocen. Soy yo, tal cual. Soy feliz porque tengo el sol en la cara, y feliz porque el perro tiene pinta de quedarse dormido. Soy feliz porque tengo amor en mi vida. Porque me mira como yo la miro, y al notarlo, nos reímos. Porque reconoce cuando le hablo.