4 de mayo de 2013

Mirar

El mejor lugar es ir de pie, al lado de la ventana. Llega el viento, y si voy muy ahogado saco la cabeza, no más. Y estando de pie, se ve quién se sube, quién se baja, y lo demás. Así, si afuera nada me entretiene, me voy mirando a las personas que entran. Voy bien cansado, a decir verdad, pero el espectáculo lo vale. Aparte, ir de pie al lado de la ventana, aún siendo el mejor lugar, goza de una amnistía implícita que te libera de la responsabilidad de dar el lugar. Y solo así, voy libre de culpa hasta mi casa.

A mitad de camino, el bullicio es evidente. De golpe se subieron las mamás con sus críos, chicos, grandes, y en brazos. También las señoras que miran por encima de los hombros de los que van delante, haciendo el guiño para ver quién va a hacerse el famoso, y le cede el asiento. Las señoras con bolsas, los niños con las rodillas sucias, y los audífonos puestos y las miradas perdidas. De la nada, me acordé de quien le escuché que jamás le podría gustar andar en transporte público. La verdad, no lo culpo. Hasta yo mismo de vez en cuando me saturo. La gente se agolpa, se olvida de cooperar, se empuja, se insulta. Se olvida del real enemigo. Pero también la micro tiene sus bondades. Y cada vez me digo 'el mundo funciona' cuando los jóvenes se paran, y las viejas se sientan. Todos, aunque muy juntos, van en mundos aparte, solo un accidental codazo hace cruzar disculpas, breves miradas que se encuentran. Más largas son las miradas entre madre e hijo, que lo mira jugar, lo llueve a besar, como si fuera el primero, o el último, sabemos que la intensidad es la misma. Los adolescentes se abrazan, sin importar el calor, no saben cómo estar más uno dentro del otro. Empiezan a correr los helados. Suenan las chauchas. Se sube una guitarra, que viene a buscar sus propias chauchas. Anda con sus propios niños. Son dos. No debe ser de Santiago, pienso. Desde afuera, la guitarra había visto un espacio donde instalarse. Empieza a rasguear un vals.

Hace tres redondas canciones. Una para Temuco, una para Chillan, y la última para Santiago. Me lo imagino en otro lugar, imaginando cómo hacernos imaginar a nosotros, los sin imaginación. Cabeceando contra el vidrio en realidad rogamos por canciones que hablen de lo justo, que en el fondo son como una pieza hecha a la medida, que calza en medio de las fibras de muchos de nosotros, que crecimos o vimos crecer a otros con memorias sobre el pan con chicharrones, bazares de barrio y la vida en el campo. Vidas donde la pobreza no era un índice, sino sinónimo de mesura. De las tres canciones, solo logré retener una, la cual busqué, y aquí la incluyo.

Hay una comadre que le debe, un poco, al almacenero,
que tiene anotados los diez mil pedidos en algún cuaderno
y cada mañana me despierta el pito del viejo lechero,
que hace veinte siglos, con su agudo trino, me saca del sueño.
Aquí vive toda la gente que mueve este mundo enorme.
Aquí está el cartero, el suplementero y el de los camiones.
Viven los micreros, viven los taxistas, viven los campeones,
y donde yo quiero viven los obreros de las construcciones.
Viven las muchachas que tejen la tela con la que te vistes.
Viven los milagros, los que hacen posible todo lo que existe.
Sin mi viejo barrio este mundo loco ya no giraría
por el universo en busca de un sueño, todo fantasía.
Es mi barrio pobre pero yo lo quiero porque es todo mío,
con su escuela chica, con su niño solo, con sus tres vecinos,
esos que me cuentan cosas muy hermosas de los tiempos idos,
Es mi barrio pobre, pero lo respeto porque es donde vivo.
Los niños se ven acostumbrados a las canciones. O a su viejo cantándolas. Hablan una y otra vez de la infancia que siempre vuelve a cada canción. Con las monedas que junta, le compra una botella de agua a un vendedor que se había subido, y de la botella toman los tres. Los que más toman los dos más chicos. Uno no quiere tomar. Hidrátate, les dice su viejo. Se habían estado empujando, ahora se abrazan. El viejo, puta que se ven lindos, déjenme sacarles una foto, ya po, quédense ahí. Se abrazan una vez al mes, tengo que sacarles una foto. Ya, no pongan cara de hueones. Listo.

2 comentarios:

  1. Siempre trato de pegarme un viaje, aunque sea corto, de casi dos cuadras. Tomar la micro es algo que pocos ven como un panorama, mas bien, donde rescatar momentos!!

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  2. Muy de 315e en horario no-peak. Y generalemente llegai con un pie todo adolorido porque ya no sabí cómo pararte...pero sí, el espectáculo lo vale.

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