19 de julio de 2009

sangre de la Sangre


El más mínimo de los detalles era motivo para una excursión a la nada, ida y vuelta. Podía, por ejemplo, palpar y mirarse los dobleses de su camisa, e imaginar todo el proceso de sus vestimentas; cómo habían sido delicadamente planchadas, y cómo fueron cosidas en un principio, si así quería visualizarlo. Podía imaginar a su madre una delicada mañana del día domingo, mientras todos dormían, espiar a su madre en la habitación contigua a la cocina. Sus ligeros pasos, casi dormidos, podían perderse en la madera de la gran casona. Ser el primero en levantarse tenía sus ventajas. Mientras todos dormían, no habría quién la obligara a ser madre aún. Podía mirarla, y cómo ella, parsimoniosamente, cubría toda la superficie de la camisa con la plancha, y cómo al terminar, la doblaba, y continuaba con la siguiente. Y con la siguiente. Era ella. De ojos exactos y expertos, aunque inexpresiva, inerte, ida. Pero incondicional. Más que incondicional, invariable. Y se podía quedar ahí, espiando, todo lo que la maravilla del silencio se pudiese prolongar. Y atesorar eso. Como el más vívido de los recuerdos. 'Qué miras?'.

Que cuando lo vieran, le mirarían de pies a cabeza. Estar bien vestido dependía primera y casi únicamente de cómo tus zapatos se vieran. Casi innato, pero bien sabía que es adquirido su afán por mantener sus zapatos lo más pulcro posible. Aunque nuestras virtudes son las que hablan por uno, los demás empezarán hablando por cómo luces. Es ley natural. 'Todos lo hacen', pensó. Esa niña en 7mo básico. Dijo alguna vez recordar su nombre para siempre, pero por suerte nadie vió esas primeras y secretas lágrimas de amor, ni su juramiento al cielo, ni ese tierno arrepentimiento, al que sólo se llega tiempo después, que realmente sólo lloraste suficiente. Y que las lágrimas crecen como las sombras crecen cada noche. Y vuelven a salir. 'Yo sí sé..' y sí que sé de decepciones. 'Cómo?'

Los acordes le entretenían. Le divertía el modo en que el perro seguía el sereno ritmo de la acústica, y cómo el chico con su canción parecía hacer dormir al mismísimo día Domingo. Los tres parecían tener una especie de agrupación, a pesar que no sabía muy bien cuál era la función de él en ésta. La del perro, sí, claro, cuidar la casa. Pero hoy no, hoy no había que temer. Hoy podía descanzar junto a ellos. Y descanzar más tarde. 'Te gusta esta canción?' Cerraba los ojos, y asentía en aprobación, con una expresión de estudiar y disfrutar cada acorde a medida que se escuchaba.

Vivía momentos de repentina lucidez, de destellante claridad. Uno que otro momento para compensar la eterna ceguera y milenaria disociación. Caer como accidentado en cada almuerzo, aturdido de entrar de golpe en cada conversación de cero. Negación, depresión, y aceptación en una cucharada. En una sonata. En un nieto tocando. Más tarde, sólo muy de vez en cuando, los eternos retornos acometerían una ocasional y temporal revelación. Revelación de viento y polvo, donde la envolvente música, las sonrisas, las caricias, la calidez, las mismas arrugas de mi mano, y el extraño y poco entendimiento de lo que me rodea se tornan en un difuso y opaco cuadro. Como cuando la falta de luz no deja ver formas ni colores, un cuadro del que no se pueden sacar conclusiones. Ya no confunde, y no me fundo en él. Sobrellevo la carga de lo eterno, y floto por orden natural. Las respuestas se asoman en vaivén inexorable, de lo parcial, primero, hasta llegar a las puertas de un viaje astral. Despojarse de las creencias implica ser más que lo divino, y menos que el hombre. Entender que hay que ser guiado, como lo es el infante, para aferrarse y entender el mundo, y guiado después también, como el anciano, para soltarse y disociarse, hacia el día, hacia la noche, para caer acá, asintiendo y asintiendo.


- ¿Y a qué hora almorzamos...?
- Ya almorzamos, abuelo...


El viento nos era gentil. Lo acuoso de sus ojos lo acusaba, la pena termina por matarnos. ¿estábamos sentados así hace 5 minutos o fue que siempre estuvimos ahí? Yo seguiré tocando, aún después de todo, aún después que él olvide mi nombre, yo seguiré tocando para él.

13 de julio de 2009

Ni en el arder del cigarro


Lo apagué cuando dió amarillo. El fuego me lo dió un cartero.

Ciudad entre cerros. Y yo echando humo. Alguien los compraba en el quiosco, a otro lo vi botar una encendida bocanada, ella lo apagaba con la punta del tacón al entrar a la tienda, y uno que otro - de siempre menor suerte - recogía lo que aún se podía rescatar. El ciclo se cumplía sagradamente en cada esquina. Yo cumplía mi cuota, siguiéndome el ritmo.

De las vitrinas concluí; las de milhojas y las de selva negra anunciaban que ahora son menos los cumpleaños por ver. Hoy no compro tortas. Será otra persona quien sostendrá tu espalda en tierno sonriente gesto silencioso cuando soples.. Alejé la idea y la vitrina en cortos pasos, como quien acaba de decir algo en sugestivos puntos suspensivos..

Quizás si se vendieran respuestas y porqués de fondo, no venderían tanto. Cigarros, velas, cielo y ciudad. El ciclo se cumplía sagradamente en cada esquina..