3 de diciembre de 2007

A veces, lo que más cuesta es el título

Ah?

No iba buscando nada, pero ahí estaba.
Mejor, me explicaré. Hoy es un día caluroso, y los días anteriores a éste también lo han sido. Esta época es en la cual pasear por el centro de la ciudad, o más bien, por cualquier lugar, sin una buena razón, se hace mala idea. Las primaveras parecen verano, y de los veranos más vale arrancar. La gente usa ropa más liviana en estos días, y es a eso a lo que quería llegar. Lo he notado en la gente solamente porque yo sigo vistiéndome básicamente igual, pero esa señora que se bajó en Irarrázabal, que en el fondo era como todas las señoras, me hizo notar algo distinto. Sentado en el piso, bajé la vista a la nada, y me puse a mirar ese peculiar entorno rodeado de piernas, que es el que ves cuando eres pequeño, y te pones a jugar en el piso, o cuando te veías en la situación que estás acompañando a alguien a comprar ropa y, como era mi caso, no te interesaba qué ropa era la que se compraban sino que estabas ahí haciendo la hora, te ponías a jugar entre los colgadores, o buscabas tu espacio en medio de esos abrigos que estaban en un puestos uno al lado del otro en un colgador circular. Era esa misma sensación de que todo te queda grande. Ahora, si bien estoy grande como para estar boca abajo jugando entre sus zapatos, sí me puse a mirar ociosamente lo que tenía alrededor. Los zapatos de oficinas, cordones mal amarrados, zapatillas de pokemón, un incesante tic de zapatear, más que nada, cosas sin sentido. O ninguno aparente, por lo menos. Y de ahí, en mi ociosa búsqueda por encontrar algo que no necesariamente buscaba apropósito, vi el pie de una señora y me quedé en él por harto rato. Inventé, sólo por diversión, la profesión que esa señora llevaba. Dueña de casa, o una nana. Tenía puestas estas sencillas chalas negras, las cuales no eran nada especial. Realmente no sé qué me dió, pero me detuve a verlos un buen lapso, casi como si estuviese en un punto muerto entre que simplemente miras algo atentamente y te pierdes pensando cualquier cosa pero posando la vista en algún punto X, y que cuando te distraes y sales de ese trance olvidas completamente lo que pensabas y olvidas también qué era lo que estabas mirando, cosa que me es común. Pero hoy estaba distinto, en ese punto muerto, como dije, mirando atentamente pero, al mismo tiempo, casi en trance. Se podían ver los dedos de los pies porque a cada pie le cruzaba una sola tira de goma que aparecía de entre el "índice" (si es que hay algo que se pueda indicar con él) y pulgar del pie y la sujetaba al pie. Imaginé, también, que en algún momento de su vida tuvo mucho que caminar, y no con zapatos cómodos porque se podía ver, si prestabas atención, cómo el pie se expandía hacia los lados, como si fuese de un material moldeable que ha perdido su contenedor. Casi como si se pudiese escuchar a esos pies casi descalzos descanzar. Agudizé la observación, y casi sin ningún asco - debido al "casi-trance" - noté esa "aspereza" que se forma en el dedo meñique del pie. Yo sigo con eso, y sin siquiera estar seguro ¿tienen los dedos de los pies los mismos nombres que sus correspondientes en las manos? Aspereza, o también conocida como, "callo" o como diría bien-ponderada Wikipedia "gruesas almohadillas de piel". Nombre poco atractivo para algo poco atractivo. Esto fue probablemente provocado por ese mismo zapato incómodo, ese contenedor, que ahora es reemplazado por esta mucho más comoda sandalia. Ese mismo zapato incómodo con el cual ella se presenta a entrevistas de trabajo, y con el cual ella quizás recorrió varias cuadras por la ciudad. Ese mismo zapato que le es exigido para ser alguien, o quizás, ser uno más. Ambas y/o ninguna. Ver ese pie descalzo me ayudó a ver lo que realmente no estaba ahí. Al principió, la compadecí. Porque no es natural, porque aprisiona, porque hiere. ¿Y qué hay de los callos que no tienen forma de gruesas almohadillas de piel? ¿Esas que van por ahí, y que metafóricamente, son lo mismo? Entonces, todos tenemos algo de callo en nuestra vida. En algún punto, por el más mínimo que sea, somos forzados, o nos forzamos, intentamos calzar en algo que sospechamos, en el fondo, no nos es natural. Debemos aprender, debemos dejar de ser ingenuos porque si el prójimo está atento, y si así lo quiere, nos va a cagar. Hay que estudiar algo que a los demás les guste también porque te reprocharán el no aprovechar la oportunidad que ellos hubiesen deseado tener. Te dicen que hay que hacerlo aunque no te guste. Hay que escuchar y obedecer sin cuestionamiento de por medio porque no está permitido equivocarse, ni mucho menos aprender por ti mismo. El callo es lo que hay que aprender a la fuerza. Y el roce, ese doloroso roce que provoca lo artificial, lo impuesto, termina por haciéndonos apáticos, y tristemente también, sordos a nuestra propia voz.
La señora se bajó en Irarrázabal, como dije. Yo en Baquedano.

3 comentarios:

  1. Notable Dali con b larga, notable...

    le leí en segundos, no podía parar de leer, y mi mente se asombraba de la velocidad con que mis ojos se movían...

    muy bueno, me encantó sobretodo la parte de ese juego de infancia de jugar por los colgadores en las tiendas de ropa. Aunque mi juego consistía también en buscar etiquetas sueltas y las coleccionaba sin darme cuenta que la etiqueta era lo más feo que vería en mi vida...

    saludos!!

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  2. oye, dali.
    métete a feisbuk, o revisa tu mail!
    necesito que me respondas algo que te mandé.
    no es anda malo.
    ok. te echo de menos!
    cuidate

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  3. No quiero hablar de pies descalzos ni de conciencias que se abren, a menos que sea esa que se abri� y que me habl� de ella, o esos pies plateados de vides familiares, rojas.

    Los pies de Francisca Folch. �A nadie m�s le parece que es una diosa griega? Palas Atenea, Francisca Folch. As� de honesto.

    La sombra de los cigarros enemigos, la amargura de las cervezas indiferentes.

    Dali, no hablaste.
    Dali, no abras las conciencias.
    Dali, quédate en la ignorancia de la infinita felicidad.
    Dali, no has hablado.

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