5 de mayo de 2012

Contacto Visual

Y cuando se miraron, sus ojos se revelaron tal como lo hacen dos espejos que se enfrentan entre sí, creando un amplio -pero intangible- espacio en el cual se encontraron dos mundos en una realidad atemporal. Allí, ciudadanos de la vieja Italia echaban un vistazo a la velocidad de la modernidad y la televisión. Estaban quienes sufrieron las guerras, y ellos fueron los más escépticos, pues no pensaban que los sistemas podridos y las injusticias vivirían por mucho tiempo más, y ahí las vieron. Cupo incluso hasta la deliciosa posibilidad donde nietos se reunían con queridos antepasados que nunca conocieron. Se consolaban y se daban palabras de aliento. Todo lo que alguna vez vio el viejo habitaba de alguna forma en lo acuoso de sus ojos. Asimismo, todo lo que estaba destinado a ser visto por el niño, vivía en la parte posterior de sus inquietos ojos. Con la fugacidad que esto sucedió, aún si hubiese habido alguien para verlo, dudosamente habrían visto cómo los vidriosas pupilas del anciano hablaron con el pequeño, y conversaron sobre las tragedias pasadas y futuras, de las victorias del hombre, de sus conquistas, y de sus vergüenzas, atrocidades, y retrocesos. Fue como que la misma humanidad se hubiese mirado a los ojos, y se conociera -confesara y perdonara- a sí misma a través de las generaciones de los que vienen, y de los que se van.

Empezaban a caer las gotas de la primera lluvia de otoño, que terminaba con las tardes en la plaza. Los adultos ayudaban a los ancianos a emprender la marcha, y las madres hacían el llamado que indicaba que era hora de entrarse. Mañana había que trabajar.

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