17 de enero de 2012

Abeja

Sobre la calle, al sol, y mareada, se agitaba la abeja. De seguro fallecía contra el cemento caliente. Hice la pausa, pensé, levantarla y arrojarla a un ante jardín, con la esperanza de que el calor no fundiera sus alas. Aún derrotada, y al borde de la extinción, supe que era capaz de sacrificar lanceta, vientre y entrañas, para atacar - incluso a aquel que estuviese dispuesto a ayudarla.

No sé qué gesto fue más propiamente humano, el de ella, o haberla ignorado insensiblemente.

2 comentarios:

  1. Una parte de una colmena moribunda no es tan terrible.

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  2. La voluntad del fuego. Lo de existir ante todo. Con todo. El hombre tiene abejas en la memoria.

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