Unos piensan hacia dentro, o hacia arriba, o hacia afuera, y así intuitivamente vas sabiendo de lo que hablo. Y después para celebrar nuestra diferencia y justificar nuestra naturaleza, diremos que somos los únicos capaces de hablar de dirección, por solo esa capacidad de proyectar un vector desde la punta del dedo, y así hablar de lo mismo. Apuntamos la niña de los pantalones, los árboles, la injusticia. Apuntamos y hablamos. Nos apuntamos los unos a los otros, pero nunca a nosotros mismos.
17 de abril de 2015
16 de abril de 2015
Ensayo
Un día me comparé con el cómo crecen las plantas; dentro de lo poco que sé, una planta crece acorde a un tamaño proporcional al que su raíz le permite, y ésta, a su vez está determinado por el tamaño total del macetero que contiene la planta y su raíz. Es decir, la planta se adapta a la circunstancia y crece en la medida que no deforma el contenedor que le da vida.
En el ajedrez, el valor de cada pieza está en relación al número de piezas restante, tanto las propias como las del contrincante. Claramente, hay una obvia jerarquización del valor individual de cada pieza, ya que no es lo mismo perder un caballo que una reina. Pero como eso no aporta a la reflexión final, me apego a lo ya mencionado. El jugador cuida las piezas que aún continúan en juego porque éstas le permiten un mayor control sobre el tablero, y por tanto, sobre el juego. Cada movimiento toma en frío cálculo la supervivencia de las piezas claves por el mayor tiempo posible. Pero claro, dada la naturaleza del juego, existe cierta necesidad de transar piezas por piezas, y dependerá de la habilidad del jugador hacer que ese intercambio sea más favorable para su lado.
Yo decía que me comparo a la forma que crecen las plantas, y me refería sobre el valor de cada pieza en el ajedrez, que sin saber mucho de jardinería ni de ajedrez, me entretengo buscando patrones, especialmente donde la posibilidad de haberlos sea remota. Y esto viene al caso de que me acerco a la última página en mi libreta y cada vez estoy más consciente y atento a lo que quiero escribir a continuación. Me detengo a escribir menos, porque tengo menos espacio para ensayar y errar. Calculo cuidadosamente el tamaño total de mi circunstancia, y determino la viabilidad de mi próximo ensayo en relación al número de mis páginas restantes. Y no hace falta que sea un ensayo, ni siquiera esas incoherentes, ilegibles y triviales anotaciones me doy el gusto de anotar, ya que intento preservar las pocas hojas que van quedando para algo con más sustancia. Y así veo que mis decisiones de lo que escribo se basan en el número total de posibles cosas a escribir. Al igual que la planta en un macetero, la circunstancia actual es proporcional a las posibilidades totales.
Creo que muchos de nosotros operamos bajo la misma lógica. Vemos qué haremos ahora con lo que queda. Y al decir 'lo que queda', en su sentido más amplio, podemos hablar de cualquier cosa: horas del día, días de la semana, días a fin de mes, años de vida. Es como un carpe diem que tenemos asimilado sin que nos lo digan. Me parece, eso sí, que el error viene al momento de calcular el tiempo total.
Creo que muchos de nosotros operamos bajo la misma lógica. Vemos qué haremos ahora con lo que queda. Y al decir 'lo que queda', en su sentido más amplio, podemos hablar de cualquier cosa: horas del día, días de la semana, días a fin de mes, años de vida. Es como un carpe diem que tenemos asimilado sin que nos lo digan. Me parece, eso sí, que el error viene al momento de calcular el tiempo total.
7 de abril de 2015
Gíglico en chapó
Álices de frutes son les disvarías que mastratan, que ocosan, pero siempre ufruben todo aquel que cinte las descongitabias. Pero si llega el momento, debeterás cratificar la zunia de no pasmillar la frotancia, de labilizar los arromellos de sus priomenizas para así tal vez, y sólo tal vez, drasfenizar el vuelo, como los yúntigos afalzan las catromedias desde sus pliégonos.
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