22 de enero de 2008

04:27am

El golpe en el pavimento fue seco y definitivo, como el de una carga pesada que no va a levantarse. En los próximos cuatro minutos, que bien podrían ser veinte segundos, no existió nada más que ese metro cuadrado a su alrededor en la mitad de la calle. La balacera, que ya le parecía extinguirse, parecía ignorarlo, y seguir sin él. Podía ver sólo los zapatos de sus compañeros de bando por debajo del auto que se encontraba a su lado, y aún más, creyó ver las sombras de sus enemigos allá a lo lejos, ocúltandose entre los árboles y moviéndose con esa obvia y pavorosa prisa que desencadena el hecho de estar al borde de la muerte..

Y luego pensó en eso, en sus posibilidades, en lo que le quedaba. Creyó aún tener esa bala incrustada en algún lugar del tórax, posiblemente en el pulmón. Podía sentir la desgarradora sensación y el terrible esfuerzo que significaba respirar. Deseó no haber aprendido tanto de síntomas, pero una repentina hipocondria era imposible evitar en esta sangrienta circunstancia. Ir saltando de auto-diagnóstico en auto-diagnóstico lo impacientaba, lo angustiaba, y en el fondo, lo mataba más rápidamente. No tardaría tanto el pulmón en llenarse de sangre, y ahí fue cuando las cosas se complicaron bastante, pero para entonces él ya se encontraba sufriendo de otro dolor. Recordó anoche, cuando luego de ver las noticias, luego de informarse como lo hacía todo buen ciudadano a esa misma hora, decidió ver una película en vez de apagar el televisor, sabiendo que tendría que levantarse temprano mañana. Eso es lo que vió cualquiera que se parara en esa misma habitación. Pero en realidad, él bien sabía que cualquier cosa era mejor que el silencio, la bulla del televisor era aceptable porque sólo él sabía que en la noche, y especialmente con ese silencio, estas ideas de remordimientos, de errores, de la fragilidad se hacían horriblemente presente. Cualquier bulla era bienvenida para callar la bulla de su propia cabeza. Pero ahora, sangrando en el piso, le era imposible escapar de tales ideas, no había ruido alguno, sólo espacio donde el eco de su propio llorar reverberaba.. Esas sábanas, una mañana, pudo haber sido hoy, o ayer, podría haber sido mañana. Ahora de qué servía? Cuándos tiernos pero hipotéticos besos podrían suturar esta real herida? No habían disparos que pudiesen destruir aún más ese débil recuerdo de despertar con alguien amado. Aquí estaba, sintiendo el real peso de morir, esa idea tan lejana, pero que sin embargo, nunca pareció comprender. Su corazón comenzaba a ceder en ese, hasta ahora, incesante compromiso a vivir. Comenzaba a entender.. que habrán cosas que no se solucionaron, ni se solucionarán. Que en el minuto de su muerte, porque sí, ya él lo sabía, el universo no se revelaría ante él, y habrían cosas que jamás entendería. Que hay vidas que sí quedan truncadas, que sí existen los amores incompletos y frustrados. Deseó no haberla dejado ir. Notó que apenas podía mover sus piernas ya. Aceptó también que realmente no será juzgado en ningún purgatorio, que no será decidido entre el cielo e infierno, y que todos esto años se entretuvo creyendo historias donde uno luego de morir podía caminar senderos de eterna dulzura. No, transcendencia tal no existía. Sufría en ese minuto la desesperación de un ateo irresoluto. Conciencia, recuerdos, los sentidos, vista, oído, tacto,.. todas eran facultades que se sustentaban bajo ciertas específicas condiciones que se cumplen en nuestro cerebro. Sinapsis. Todo esto era físico, no habría posibilidad real de vivir en otro tiempo y lugar sin sus, ahora, moribundas células. Todo se aferra a este mundo, y nada saldrá de él. Entendió que la muerte no es un accidente, sino que vivir siempre lo fue. Son reducidas y específicas las condiciones que se tienen que cumplir para dar lugar a esto que llamaba vida. Sol, y luz, pero no demasiada. Eso llamado ozono, eso llamado oxígeno. Día para trabajar, y noche para descanzar. Todas eran circunstancias al azar sin peso alguno, que bien pudieron no haber sido. De haber estado el sol un poco más lejos de nuestra Tierra, o un poco más cerca, sería definitivo. Somos un accidente de la naturaleza, sólo eso. Realmente nunca fuimos la especie predilecta de todo lo creado. Somos como el musgo que crece oculto en medio de lo Absoluto. Somos insignificantes. Este momento no era como nadie lo imaginaba, no es un apacible viaje. No, él ya se dió cuenta de eso. Más bien era como una horrenda sucesión rápida de ideas, la cual estaba obligado a ver. La admisión absoluta de sus propias verdades ocultas. No había cosa tal como la redención, no había entendimiento, ni perdón, ni regocijo. Morir era crudo, más crudo de lo que jamás creyó. El agonizante silbido al respirar ya desaparecía. Ahora sentía esa fragilidad de vivir. Esta misma tarde todo estaba bien, todo era normal, y ahora, sangrante en el piso debatía sus ideas del bien y el mal, sin testigo ni juez alguno. Ya no habían planes a largo plazo, ni prioridades en la vida, sólo esa cada vez más latente idea que la vida había sido un cruel chiste.
Los ojos perdieron el fondo, las manos su color, el rostro su dolor.
No aquí. No junto a este auto.

tres minutos y veintitrés segundos..

2 comentarios:

  1. La nada, eh?

    Me gustan mucho los textos reflexivos y creo que este está perfectamente escrito. La palabra justa. La hora de defunción.

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